Sufre y muere demasiada gente, otros muchos retroceden en sus derechos e ilusiones. Cada vez son más los que desean abandonar el lugar en que viven para tratar de mejorar sus vidas. Estamos muy pendientes de lo que pasa en Afganistán, atrapado en un torbellino de pobreza, violencia y vuelta atrás, muy dañino para las mujeres. Eso nos hace prestar menos atención a otras tragedias que, a fuerza de repetidas, parecen normales. Niños devueltos a Marruecos o la patera, hundida hace pocos días camino de Canarias, en la que perecieron 52 personas, sólo una mujer pudo sobrevivir.

Van a seguir así hasta que no pongamos más medios para ayudarles. Una primera medida sería darles facilidades para que nos vendan lo que producen, aunque suponga pérdidas de puestos de trabajo en Europa. Es importante incentivar el funcionamiento de los  gobiernos más eficientes, como los de Ruanda o Marruecos, presionándoles al mismo tiempo para que evolucionen a modelos homologables con un estado de derecho. Pero hay que tener cuidado con las prisas, ya vemos lo que pasó en Afganistán, el proceso lleva tiempo y no es fácil. A veces hay que taparse la nariz una temporada.

También están las mafias que trafican con personas, a ellas les vendría mal que abordáramos mi propuesta de eliminar los billetes. Su actividad no sería viable en los términos actuales, se podría regular mejor y sin pérdida de vidas. Pero el deseo de mejorar seguirá ahí, todos tienen un móvil para ver lo bien que se vive en el primer mundo. Eso obliga a tener una política permanente de aceptación de inmigrantes, por mucho que se enfade la ultraderecha racista; la que hace de la vieja nación idealizada, incluida raza y religión, el centro de su pequeño mundo. Los que llegan son seres humanos, con los que cada vez estamos más en contacto. Necesitamos soluciones y no antiguas recetas que la superpoblación y la tecnología han ido convirtiendo en inservibles.

La desgracia que persigue a las pateras camino de las Islas Canarias, navega más allá y aterriza en el Caribe, como hizo Colón. En Haití, un trozo de la isla Española, viven descendientes de los africanos a los que los europeos llevamos a América para trabajar como esclavos. Últimamente los haitianos acumulan aún más desgracias que los descendientes de sus ancestros que permanecen en África. A la inestabilidad política, reforzada por el asesinato en julio de su Presidente, se ha unido un fuerte terremoto y los habituales huracanes. Pobre Haití. Miles de muertos, escasez, hambre, urgencia sanitaria, ineficaz gobierno. No debemos ser indiferentes, es momento de ayudar. Por ejemplo, aportando algún dinero a las ONG que trabajan sobre el terreno. 

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