La bonita isla que los portugueses bautizaron Formosa (Hermosa) seguirá siendo el único lugar donde los chinos pueden vivir en democracia, aunque sigan hablando mandarín. En las elecciones presidenciales de la pasada semana ganó Lai Ching-te, candidato del Partido Demócrata Progresista. El PDP defiende el modelo de democracia y economía abierta del que disfruta Taiwan. Un sistema de libertades que permitió que Tsai Ing-wen, una mujer, hubiera ocupado la presidencia antes del recién elegido.

No creo que lleguemos a ver a una mujer al frente del Partido Comunista Chino (PCCH), el que domina la gran nación continental y atosiga la isla con amenazas de invadirla, mientras financia a partidos de la oposición y manipula las redes sociales. Como suelo destacar en el blog, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres es un logro democrático. Los sistemas de raíz autoritaria son menos proclives a dejar que sea una mujer quien los dirija. Aunque hay casos, generados normalmente vía matrimonial, que llevan a una mujer a la presidencia (Imelda Marcos en Filipinas) o a ser una persona de la máxima influencia (Rosario Murillo en Nicaragua, donde ejerce de vicepresidenta con mucho mando sobre su marido, el presidente Daniel Ortega).

Taiwan ha vuelto a elegir democracia. Sabe que si cae en manos de China, por más promesas que le hagan, acabará siendo una provincia bajo los designios del PCCH. Tiene muy presente lo ocurrido con Hong Kong, absorbido en 1997 tras más de siglo y medio bajo administración británica. La diferencia entre la isla escindida y la China continental, no es una variante de nacionalismo, sólo 13 pequeños países la reconocen como Estado independiente, es puro rechazo al sistema de partido único que el PCCH defiende como, según él, continuador de la tradición política china, nacida en un imperio centralizado.

Taiwan tiene alto nivel de vida y gran valor estratégico para la economía mundial, es el principal productor de microprocesadores entre otras cosas. Su libertad seguirá siendo protegida por Occidente, especialmente por los EEUU. Eso también lo agradecerán los demás países de aquella zona, acosados por la política expansiva de Pekín, que no para de ocupar islotes y partes del Mar de China que están bajo soberanía de otros. No obedece las resoluciones de las instancias internacionales, como la Corte de Arbitraje de La Haya, para resolver conflictos entre Estados, salvo que le sean favorables. A principios de este mes, se reunieron los presidentes de Filipinas e Indonesia para coordinarse frente a esa amenaza, necesitan trabajar juntos para intentar frenar la agresividad china.  

Es previsible que continúe la escalada de tensión en la zona cuando la política internacional está cada día más estresada y hay peligro de que las diferencias den lugar a conflictos que tiendan a extenderse, como ocurre con el conflicto de Gaza. La base de todo ello está en la incapacidad del modelo dominante de estado nación de adaptarse a situaciones nuevas, propiciadas por las nuevas condiciones de la Humanidad, como analizo en el libro y es base de muchas de estas reflexiones. El peligro que trae la situación de la antigua Formosa es que involucra a un estado muy grande, la variante menos proclive a aceptar reglas de juego comunes que puedan frenar sus ambiciones.  

Quiero destacar hoy que una comunidad isleña, china de origen y cultura, ha elegido defender su forma de vida, la democracia, antes que la identidad nacional. Demuestra que es posible rebajar la inmovilidad casi divina de los elementos que sirven para crear sentimientos de patria. En la actual situación de una especie muy extendida e interconectada los rasgos más tribales (raza, religión, idioma, historia “oficial”…) deben ir perdiendo peso para organizarnos mejor. Su preeminencia en los conflictos que sufrimos es incentivo suficiente para insistir en curar los excesos identitarios en la política de las naciones.

Un futuro más pacífico y compartido pasa por potenciar la diversidad interior y promover la colaboración exterior. Exacerbar el patriotismo nos devuelve a un pasado presidido por demasiadas guerras, incompatible con la realidad actual: un mundo muy integrado y dotado de una excesiva capacidad de autodestrucción. La más preocupante prueba de la vuelta a posturas más cerradas es que el gasto militar sigue creciendo. Un remedio muy peligroso para nuestros males comunes al que Taiwán no le queda más remedio que seguir apuntándose.

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