La traca final de la 2ª Guerra Mundial fue la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por la explosión de dos bombas atómicas, que provocaron la inmediata rendición de Japón. Murió un cuarto de millón de personas por el impacto directo y las secuelas posteriores por radioactividad de aquel ataque con un arma, hasta entonces, desconocida.  A principios de los 50, se empezó a hablar de un nuevo tiempo en la Historia. Por primera vez, el armamento disponible tenía potencial para terminar con la vida humana sobre la Tierra. Entrábamos en la Era Atómica o Nuclear.

El nombre quedó relegado por el desarrollo de la Guerra Fría, con sus matices entre conflictos convencionales, los de antes, y nucleares, éstos afortunadamente sin episodios posteriores. Pero podían ocurrir situaciones imprevistas que desencadenaran un enfrentamiento atómico de manera incontrolada, como describe Stanley Kubrik en su genial “Telefono Rojo volamos hacia Moscú”. Aún recuerdo lo impresionado que me dejó la película, cuando la vi en el cine Metropol de Santiago. Aquí había tardado algo más en estrenarse porque a la censura no le gustaban las obras describían a altos cargos militares como payasos suicidas.

La capacidad destructiva de la desintegración del átomo se completó con la energía nuclear para usos pacíficos. Incluso hubo compañías de automóviles que presentaron futuros prototipos de coches propulsados por pilas nucleares. Esto aún tendrá que esperar, lo que pronto se hizo realidad fue la generación de electricidad en centrales atómicas.

La caída de la URSS y la casi inmediata aparición de internet y del móvil, abrió la Era de la Globalización. Pero la vieja Era Nuclear sigue ahí, nos lo han recordado estos días algunas decisiones, como la de Francia, de volver a construir centrales de ese tipo. Los riesgos de este tipo de instalaciones son relevantes y han dado lugar a accidentes muy destructivos, como los de Chernóbil y Fukushima. Ahora disponemos de mejor tecnología, hay incluso investigadores con proyectos avanzados de mini reactores nucleares, que se puedan transportar en un contenedor y situarlos donde se necesiten.

A pesar de los riesgos y la complicada gestión de los residuos que genera la energía nuclear, grupos ecologistas empiezan a defender la expansión de esta fuente de electricidad estable, complementaria al desarrollo de las renovables, para facilitar la desconexión de centrales tradicionales que emiten mucho CO2 a la atmósfera. Un problema que hay que atajar rápido si no queremos enfrentarnos a condiciones de vida insostenibles.

Lo más grave de esta soterrada Era Nuclear es que continúa la expansión del armamento atómico. De manera discreta, China está aumentando su número de cabezas nucleares y su capacidad de lanzarlas. Ayudó a este nuevo ambiente el belicismo del Presidente Trump con su decisión de retirarse del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio en 2019, alegando que Rusia lo incumplía. El firmado por estas dos potencias tras la caída de la URSS, para limitar sus respectivos arsenales (START) se ha renovado in extremis, aunque ambas están gastando cantidades ingentes para renovarlos.

No es un tema que ocupe mucho espacio en los medios, pero dada la creciente tensión en algunos escenarios geopolíticos, el aumento y perfeccionamiento del armamento nuclear es una amenaza del calibre de la que presenta el cambio climático. Y de acción rápida en caso de que algún loco situado en puesto relevante, como en la película citada antes, le dé por organizar un tinglado de difícil control. Hay ya muchos países con armamento nuclear, a los citados se añaden, al menos, India, Pakistán, Gran Bretaña, Francia, Irán e Israel.

Como en el libro analizo, los grandes estados nación son el principal problema de organización de los pueblos en tiempos en que la Humanidad es muy numerosa y está muy interconectada. Todos son muy nacionalistas y algunos pecan además de autoritarismo, xenofobia y afán expansionista. Seguimos en la Era Nuclear y deberíamos reflexionar más sobre ello. La diplomacia y los tratados internacionales son imprescindibles, pero están perdiendo peso. Hay que presionar para que se acuerde una versión actualizada del Tratado de No Proliferación Nuclear, firmado hace más de medio siglo cuando aún estaba fresca la memoria de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki y los informativos mostraban las pruebas nucleares que se realizaban al aire libre en zonas desérticas o alejados atolones. 

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