El apuñalamiento del novelista de origen indio en Nueva York es consecuencia de la intolerancia. Su vida corre peligro desde que en 1988 publicó Versos Satánicos y parte de su contenido fue considerado blasfemo a los ojos de algunos islamistas radicales. Entre ellos, los del poderoso ayatolá Jomeini, fundador de la República Islámica de Irán, que emitió una fatua, un dictamen, en ese sentido. Otras personas que han tenido que ver con la publicación y difusión de aquel libro han sido víctimas de atentados y alguna ha muerto a consecuencia de ello.

Los periódicos han facilitado información sobre el hecho, contexto y consecuencias, y han incorporado artículos de opinión de gente que lo conoce. Además de un gran escritor, Salman es una persona admirable, defiende la libertad de expresión e intenta llevar una vida normal a pesar de las amenazas que sufre. Aunque las heridas recibidas le dejarán secuelas, continuará haciendo lo mismo, no le gusta que su vida se vea condicionada por el dogmatismo violento. Esperemos que se recupere pronto y siga dando ejemplo de valor, tolerancia y amplitud de miras.

No me canso de repetirlo: la libertad de expresión es la madre de todas las libertades y la extensión de la democracia el mayor avance en la vida colectiva de los humanos. Especialmente de las mujeres, cuyo nivel de libertad es el índice más preciso para medir la calidad democrática de un país. Los retrocesos que estamos sufriendo en este terreno son preocupantes. Un caso extremo es el de Afganistán cuando se acaba de cumplir un año de la vuelta al poder de los talibanes, expresión máxima del radicalismo islamista. Eliminaron de golpe todas las mejoras en la educación y libertad, que con muchas dificultades habían conseguido las mujeres en aquel país.

Una de las reflexiones de mi libro es que la principal función social de las grandes religiones es someter a las mujeres. Siempre dirigidas por hombres, sus intenciones van desde prohibirles el trabajo retribuido y la formación académica, como en Afganistán, hasta el combate contra el aborto desde organizaciones cristianas que influyen en partidos conservadores occidentales.

Por todo eso, por defender la libertad de expresión con su literatura y su propia vida, Rushdie nos ayuda a todos, mejor dicho, a todas. La mitad femenina de la humanidad es la que corre el mayor riesgo, en su lucha por equipararse en los derechos y oportunidades de que gozan los hombres, si triunfan los fundamentalistas, los que no quieren que se digan cosas que no les gusta oír, los que no toleran que las mujeres puedan vestir como les apetezca, estudiar lo que deseen o tener un mayor control sobre sus embarazos. 

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