Aunque sea un autócrata de libro y un peligro para el mundo, especialmente para sus vecinos, los razonamientos del Presidente de Rusia para justificar su amenaza sobre Ucrania ayudan a reflexionar sobre políticas europeas importantes. La entrada anterior se refería al abastecimiento energético y la energía nuclear, pero el tema más directamente afectado por la posible invasión de su vecino es la defensa europea.

Es hora de hacer algo para poner en marcha un sistema militar de la UE y repensar el papel de la OTAN, una organización diseñada para protegernos en tiempos de enfrentamiento bipolar EEUU-URSS, cuando el segundo  contrincante ya no existe y, quizá como consecuencia, el primero tiende a abandonar su función de gendarme global y a preocuparse más del Pacífico y menos del Atlántico. Le asiste algo de razón al nuevo zar al alegar que se enfrenta a una presión sobre sus fronteras por la extensión hacia el este de un sistema militar poderoso, pensado para otros tiempos. Le justifica para retomar el papel de la URSS  y adoptar medidas propias ante una situación que parecía superada.

Construir una defensa estrictamente europea no será tarea fácil. La base inicial de la UE fue favorecer el libre comercio entre sus miembros. Siguiendo esa ruta se ha llegado a una moneda y una política monetaria comunes y cada vez hay una mayor integración fiscal. Juntar ejércitos está en una escala superior, son los garantes últimos de la independencia e integridad de cada nación, pero sería un paso decisivo en la construcción de una UE confederal, sin llegar a ser un Estado tradicional.

El sistema militar común debería construirse partiendo de la nueva realidad continental. La de países vecinos, cada vez más vinculados entre sí, que tienen una base común de respeto al estado de derecho. Nuestro viejo continente es un área experimental privilegiada para ver hasta qué punto los humanos somos capaces de funcionar de forma colectiva, por encima de viejas fronteras y añoranzas de épocas imperiales. Algo muy necesario ante el alza de populismos nacionalistas.

El nuevo sistema de defensa debería estar pensado para coordinar capacidades (logística, investigación, inteligencia militar, armamento, maniobras…) ante amenazas exteriores, en línea con lo que practican, desde hace más de tres siglos y medio, los cantones de la neutral y confederal Suiza. El objetivo es la disuasión, mandar un mensaje claro a cualquier agresor potencial de que un ataque en territorio europeo está condenado al fracaso porque tendría una respuesta colectiva, coordinada y potente. Además, podría existir una fuerza militar europea permanente destinada a participar en misiones, autorizadas por la ONU, para prevención y control de conflictos.

Habrá países a los que les cueste aceptar esta interferencia en su soberanía. Especialmente los del este, muy nacionalistas y apegados a que los defiendan los EEUU frente a la amenaza del oso ruso. Por eso, el desarrollo de un sistema de defensa colectivo, dotado de unidades para acciones de pacificación, se debe plantear como un proceso voluntario a partir de un grupo significativo de fundadores, como ocurrió con el euro.

Europa debe disponer de capacidad militar y sustituir el papel de la OTAN por un tratado de defensa con los EEUU, que puede incluir la existencia de bases militares conjuntas para acciones exteriores. Se eliminarían argumentos a Vladimir Putin, el autócrata que añora el último imperio terrestre en ser disuelto, un modelo que siempre deja minorías con rasgos comunes al otro lado de la frontera y es difícil de superar por el derrotado.

Llega la hora de sentarse a negociar y firmar el armisticio de la Guerra Fría sobre la base de respetar las fronteras y defender  la libertad de cada Estado de aliarse con quien le parezca.

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