La Presidencia de la UE, que España ocupará desde el 1/7 al 31/12, llega en un momento difícil, con guerra en Ucrania, una situación compleja en el comercio internacional y tensiones por la inflación, los tipos de interés y el déficit público. En el último capítulo (Más allá del estado nación) de mi ensayo destaco el papel de la UE como única referencia relevante para superar las crecientes limitaciones del gran modelo institucional que nos agrupa, el estado nación. Es conveniente plantearse objetivos con visión larga para impulsar su fortalecimiento, los españoles debemos exigírselo a nuestro Gobierno.  Aquí propongo dos que están en la mente de muchos y deberían ser el centro de trabajos, debates y acuerdos de los países europeos. No son los únicos, habría que añadir, por supuesto, lo relacionado con el equilibrio ecológico, pero me temo que la meteorología no va a permitir que lo olvidemos.

Lo más trascendente, en tiempos de enfrentamiento bélico en nuestro continente, es poner las bases para un sistema de defensa europeo, al margen de la OTAN. El único argumento en que Vladimir Putin tiene algo de fundamento para maquillar las agresiones contra sus vecinos es la persistencia de ese sistema militar occidental, herencia de la Guerra Fría, que debería haber muerto cuando desapareció la URSS. Para el nacionalismo imperialista ruso, que subyacía en aquella agrupación de países del este europeo y aún pervive, la existencia de la OTAN justifica su expansionismo militar. Europa debe ocuparse de su defensa y no aparecer como un satélite de los EEUU, como en tiempos del Muro de Berlín. La Humanidad precisa que la UE, su única gran referencia para construir bloques pacíficos en base a reglas democráticas, salga de la tutela de uno de los grandes Estados, de esos que quieren repartirse el mundo. La Europa Unida necesita ejército propio, como la moneda que ya tiene.

En conexión con esa moneda común, el euro, hay un segundo objetivo trascendente: España debería impulsar el soterrado debate que empieza a aflorar sobre la eliminación del papel moneda. Cabe recordar que nuestro gobierno propuso debatir el asunto, hace un par de años, en el Congreso de los Diputados y se encontró con una fuerte reacción del BCE contra cualquier medida en esa dirección, porque considera la emisión de billetes su gran negocio y está radicado en Alemania, los alemanes son bastante adictos al papel moneda. Ahora vamos a ocupar el lugar adecuado para volver a intentarlo.

No me quiero extender sobre las grandes ventajas de la desaparición del efectivo, si se planifica bien y se da tiempo para corregir posibles problemas, como están haciendo Dinamarca, Suecia, Noruega o Australia. Fui el primero en Europa que plantee esa posibilidad (Expansión 30/7/94) y mi reciente libro sobre el tema, que reproduzco más abajo, la analiza en detalle. No avanzar en esa dirección plantea también una cuestión ética. No es de recibo que importantes aparatos públicos, al servicio de los ciudadanos y soportados por ellos, se esfuercen en atender con entusiasmo la demanda de medios de pago imprescindibles sólo para la peor ralea: traficantes de personas (incluidas las redes de prostitución), drogas y armas; terroristas, corruptos, amigos de los ajeno y evasores fiscales. Hay que empezar a planificar medidas para aprovechar esta gran oportunidad que nos brindan las nuevas tecnologías: acabar con los déficits fiscales y tener sociedades más seguras y con mucha menos policía.

Únete a la conversación

1 comentario

  1. No está mal, pero habrá que verlo globalmente, junto al «capítulo 2» que parece anunciarse.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *