Hace unas semanas, ocupó algo de espacio en medios la noticia de que España empezaba a aceptar los pasaportes de la República de Kosovo, de mayoría albanesa y religión musulmana, que se independizó unilateralmente de Serbia en 2008. Desde entonces, ha sido reconocida como Estado soberano por algo más de cien países, entre ellos los EEUU y 22 de los 27 miembros de la UE. España es el más grande de los 5 que aún no lo han hecho. Con la aceptación de los pasaportes kosovares damos un primer paso para ir adaptando nuestra política exterior a una realidad a la que se oponen, entre otros, Serbia, el núcleo de la antigua Yugoslavia, y Rusia, que siempre la apoya y no le gustan estas rupturas, en el marco de su ambición de ir recuperando espacios de lo que fue su imperio próximo.

La resistencia a reconocer el Estado kosovar refleja el temor a que cunda el ejemplo y se banalicen las declaraciones unilaterales de independencia, tema tabú para los estados nación, que causa problemas en lugares donde las fronteras son artificiales, como ocurre en muchas zonas de África. Lo estamos viendo en Etiopía, Eritrea y Somaliland. También en Oriente Medio, donde además de los líos que generó la creación del Estado de Israel, existen casos complejos, como el del pueblo kurdo, disperso en Turquía, Irak, Irán y Siria. La mayor parte de esos dudosos límites entre Estados provienen de la descolonización de los grandes imperios europeos. La propia Europa se tensiona aún por enfrentamientos con raíces en la caída de sus antiguos imperios terrestres. Lo de Ucrania viene del imperio ruso, prolongado después en la URSS, lo de Yugoslavia, dominada por Serbia, del imperio austrohúngaro.  

Las ideas simples, que dominan la construcción de patrias indivisibles, están perdiendo peso en un mundo muy integrado y poblado, lo que genera tensiones de diversos grados en muchos lugares, incluida España. Los principios inamovibles son poco prácticos, no se deben extrapolar a la política exterior problemas internos que obedecen a causas diversas, en el seno de una Europa más unida que demanda Estados más descentralizados, que funcionen mejor. Escenario que abomina la parte más conservadora de los estados nación. La que llevó al Reino Unido a salir de la UE, aunque permite que Escocia realice un referendo de independencia. Las tradiciones políticas de raíz protestante tienden a admitir más complejidad que las católicas.

El rechazo radical de España a las declaraciones unilaterales de independencia se explica por enfrentamientos internos que todos conocemos, pero puede producir efectos indeseables en otros lugares. La testarudez de no reconocer a la República de Kosovo nos debería recordar la similar actitud que mantuvimos, compartida entonces por Francia que ahora sí reconoce la independencia kosovar, cuando Croacia se separó de la antigua República Federal de Yugoslavia en el 91, cuyo desmembramiento ha dado lugar a varios conflictos militares. La oposición franco-española impidió que la UE reconociera el nuevo Estado croata y dio alas a que Serbia, que controlaba la vieja Yugoslavia comunista y tenía minorías importantes en zonas próximas dentro de Croacia, le declarara la guerra y lo invadiera. Asistimos a auténticos actos de genocidio y el conflicto se saldó con 130.000 muertos, incluidos algunos soldados españoles que participaron en el control del alto el fuego de enero del 92, al que siguió el reconocimiento de la independencia de Croacia por parte de la UE, de la que ya es país miembro, desde 2013.

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