El año pasado expliqué en este blog y en un par de artículos en prensa por qué la economía española estaba comportándose mejor de lo esperado. La razón es que los analistas económicos, que elaboran previsiones no toman en cuenta cambios en los hábitos de pago que hacen aflorar parte creciente de la importante economía sumergida del país (se situaba, hace 5 años, entre el 18 y el 28% de la oficial).

España recibió bien las tarjetas de crédito hace medio siglo, en parte porque antes no se pagaban con cheques las compras habituales, como ocurría en Francia o en los EEUU. Fui testigo de ello por razones profesionales. La evolución de los teléfonos móviles y la aparición de relojes digitales añadieron nuevos soportes a la oferta de sistemas de pago, que se beneficiaron de la red de terminales en punto de venta que las tarjetas habían ido justificando. La base prexistente de tecnología y hábitos permitió que, durante la pandemia y por miedo al contagio, muchos ciudadanos sustituyeran el efectivo por otros sistemas de pago. La tendencia ha ido reduciendo la economía sumergida. Profesionales, restaurantes y bares, tiendas, talleres, taxistas…, reciben menos billetes y declaran más ingresos. Pregúntenles, yo lo hago y me confirman una tendencia creciente. Algunos dan de alta empleados que cobraban en B o se registra la totalidad de salarios que antes se pagaba parcialmente en efectivo y no se practicaban retenciones.

Analizando la evolución de la economía española, parece que crece más que la de los principales países de la UE. Mientras la inversión decrece, el principal motor que la impulsa es el consumo privado. Es un espejismo, crece menos que lo observado, sólo que la gente maneja menos efectivo y hace visible parte del gasto escondido para evadir. Los que analizan los datos, como antes no podían observarlo, lo toman como crecimiento. No lo es, es parte del lado oscuro que asoma la cabeza y empieza a pagar impuestos y cuotas de la Seguridad Social. Quizá nuestro PIB esté casi estancado en términos reales, como el del conjunto de la UE.

El comportamiento de las cuentas públicas refuerza mi valoración. Se observa una buena evolución del déficit, que en el 23 se ha quedado dos puntos por debajo de lo previsto por el gobierno. Pensarán que eso es gracias a nuevos impuestos a la banca y energéticas, pero no, la clave radica en el incremento de un 10,4% de los ingresos por renta y patrimonio, son los que más crecen. El dato confirma lo dicho antes: la gente paga más con tarjetas y móviles, los empleados cobran más por el banco y aumentan las retenciones. En paralelo con el impuesto sobre la renta, las cotizaciones pagadas a la seguridad social han aumentado un 9,9% el pasado año, empujadas también porque estamos dejando atrás los billetes.

Suerte para el Gobierno que los jóvenes con sus móviles reduzcan la evasión fiscal que tenía el país y empujen el aumento aparente del PIB. No espero que los ministros, metidos en permanente campaña electoral, lo reconozcan. Tampoco lo va a hacer el prestigioso servicio de estudios del Banco de España, no le gusta nada que los nuevos sistemas desplacen a su viejo papel moneda y, gracias a ello, el país mejore. Esperaba que otros analistas analizaran mejor el fenómeno, pero hay demasiada rutina, poca imaginación y escasas ganas de afinar los instrumentos que cuantifican la evolución económica.

Este año volveremos a superar previsiones, ya lo verán. El cambio de hábitos de pago beneficia al empleo legal y ayuda a controlar el déficit público, pero tiene algunas consecuencias negativas. Los delincuentes, los grandes beneficiados de la existencia de los billetes que tanto defienden nuestras autoridades, no tienen posibilidad de blanquear sus empleos porque no es posible legalizarlos, pero también sienten la presión de la menor circulación de billetes. Mientras no abordemos un plan de eliminación definitiva del efectivo, notaremos que cada año el PIB aumenta más de lo previsto y que, al mismo tiempo, crece el número de robos, atracos y estafas o mueren guardias civiles, como en Barbate el pasado día 8. Los que viven de ello saben que cada delito que cometen tiende a proporcionar menos efectivo porque las personas llevan menos encima. Eso les obliga a hacerlo más veces para mantener el nivel de existencia o chutarse la droga de la que están colgados, que sólo se vende en billetes.

Esto en cuanto a los proletarios del mundo criminal, pero el proceso afecta también a grandes capos delictivos y evasores. Si tienen interés en saber lo que se mueve en podridas altas esferas, pueden leer lo que escribí en el libro cuya portada vuelvo a reproducir. Pero quizá les resulte más entretenido acudir a una película (El Correo) que ahora está en cines. Trata muy bien y de forma muy dinámica el tráfico de enormes sumas de billetes, con referencias a casos reales que hemos vivido en España en los últimos tiempos.

   

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *