Todos somos diferentes por género, raza, edad, lugar, cultura, capacidades, medios…, y una de las grandes ventajas de la democracia es que somos iguales ante la ley, tenemos los mismos derechos individuales. Un avance fundamental, que algunos confunden con la uniformidad, pretensión con tufo totalitario. No somos uniformes y eso nos enriquece, por eso la ley debe garantizar el respeto a la diversidad y, al mismo tiempo, evitar que atente contra derechos básicos. Las mujeres tienen protección específica contra la violencia de género, la educación pública ayuda a la igualdad de oportunidades, el sistema fiscal corrige algo las diferencias de recursos, el sanitario las limitaciones que impone la salud, las pensiones públicas dan calidad de vida de los mayores…

Mal que les pese a los defensores de una idea simple de nación, España es también diversa en ese ámbito. Necesitamos que las instituciones comunes protejan diferencias y, al mismo tiempo, las hagan compatibles con la convivencia. En un marco democrático este país no puede ser uniforme, como lo intenta Francia, aspiración trasladada aquí por los borbones y los regímenes militares. Nuestra Constitución reconoce nacionalidades históricas y regiones. Pero siempre se intenta eliminar esa distinción. Es el famoso “café para todos” que los partidos estatales promovieron, una vez cerradas las “concesiones” para obtener consenso constitucional.

Desde entonces, hemos ido hacia atrás. Un sistema federal, con rasgos de confederal para las tres nacionalidades, es recomendable e inevitable si España desea vivir la democracia de manera armónica y dinámica. Debería ser visto además como una oportunidad para tener un Estado más flexible y eficiente. Como explico en el libro, las federaciones tienden funcionar mejor. Pongo el ejemplo de los dos principales Estados de la UE, el alemán emplea bastante menos porcentaje del PIB que el francés y no da peores servicios. Uno es federal, el otro unitario. También analizo por qué pasa eso.

Si llegara a hacer falta una República Federal, pues qué le vamos a hacer Sra. Díaz Ayuso. La forma de Estado no es un atributo inmutable. Lo importante es que casi nada es uniforme y es bueno que la ley lo proteja. Lo de la igualdad sin matices es una muy extendida receta católico-centralista con poco futuro si hay libertad y no está bien visto perseguir herejes. Por cierto, usted defiende la diversidad económica, su política fiscal protege a los ricos para que vayan a vivir a su Comunidad. Promover igualdad sí, pero sólo para lo que interesa.

La división política ante la solución federal empieza a dibujarse con cierta nitidez en el plano social. Hay un sesgo geográfico, el centro sur es más proclive al unitarismo, como muestra el porcentaje de votos a Vox que recogía en la entrada del 25 de julio. Es la zona que provee de elementos de cultura nacional a la España uniforme, el idioma castellano, por supuesto, y otros más folclóricos como el flamenco e, incluso, la tauromaquia. También hemos visto que las mujeres votan en mayor medida que los hombres opciones que defienden la diversidad (entrada 14/8), cada día son más conscientes de que necesitan que sea respetada, lo acabamos de ver en el fútbol.

La línea uniformista es defendida con ardor por la derecha (la visión centro sur también tiene peso en el PSOE) y por los diversos grupos de interés que confluyen en la capital, incluido el mediático que influye mucho. En el fondo, es una lucha por el poder de los que tienen más peso en la Administración y quieren mantenerlo. Madrid no puede ser neutral, juega fuerte porque sabe que las capitales federales tienen menos dimensión que las centralistas. Muchos periféricos pensamos que juntos sí, pero no revueltos.

Estos días, el Presidente andaluz Moreno Bonilla se siente ultrajado porque se quiera distinguir a las nacionalidades históricas como una categoría de comunidad autónoma en la que no entraría Andalucía. Le preocupa que no sean todas iguales, a pesar de la Constitución. Le sugiero que siga la línea de su partido en Valencia, que, separa el dialecto valenciano del catalán, y proclame al dialecto andaluz como lengua distinta del castellano. Al tener idioma propio quizá pueda aspirar a nacionalidad. Ni tiene narices ni le van a dejar, una cosa es dividir alegremente el “peligroso” catalán, otra el sacrosanto castellano o español. Son así de coherentes esos unitarios.

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3 comentarios

  1. Para un experto en marketing puede ser una técnica muy útil la segmentación de los mercados para la actuación estratégica sobre los mismos, pero cuando se trata de la cosa pública (por decirlo de algún modo) la que ocupa el lugar del mercado, no se puede, o debe actuar con los mismos criterios, por más vuelta que se les de y supuesta habilidad se ponga en la exposición de los argumentos. Aún cuando determinadas propuestas justificasen una serena reflexión y consideración, nunca debería olvidarse que el fin no justifica los medios y sobre el uso y abuso de estos, pervirtiendo desde el lenguaje hasta el prestigio de las instituciones y de la democracia misma, solo no pueden percatarse quienes no pueden, no quieren hacerlo, o tienen una deformación profesional.

    1. Lo de iguales es sólo para derechos básicos y ante dios, muy católico. Somos diferentes y la ley debe ayudar a la convivencia protegiendo la diversidad. Lo de la igualdad va bien para el castellano, no para el catalán de Valencia o el gallego del occidente asturiano, considerados lenguas diferentes cuando son dialectos. Volveré sobre ello. Tenemos a los conservadores de media Europa revueltos contra el Tribunal Europeo de Derechos Humanos porque interfiere en cómo tratan a los inmigrantes, por ejemplo. Esos no son tan iguales

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