Me ha salido un lío de palabra, que puede representar el follón que hay en el universo de las nuevas tecnologías y redes. Tenemos un cierto retroceso en la facturación de los negocios por internet después de su expansión por la pandemia del 2020. Amazon ha prescindido de 10.000 empleos, una cifra aún pequeña para la dimensión que tienen. Parece también que se desinfla una ola especulativa sobre activos digitales y algunos empresarios cometen errores significativos.

Zuckerberg, un joven estudiante que intuyó la potencia de internet para generar sistemas de relación entre personas, supo aprovecharlo y se convirtió en una de las grandes fortunas del planeta y en un hombre muy influyente. La falta de una mínima regulación supranacional le ha facilitado pagar menos impuestos que las empresas tradicionales (tiene su compañía domiciliada en Islas Cayman) y le permite comprar a sus competidores cuando le interesa, como hizo con Whatsapp. Toleró que datos de sus redes fueran utilizados por los servicios secretos rusos para manipular las intenciones de voto de los estadounidenses y favorecer la elección de Trump en 2016.

Fue visionario una vez, debe pensar que lo puede ser siempre y se lanza al metaverso, el espacio paralelo que hace posibles realidades imaginadas. Hasta ha renominado Meta a su compañía. Quizá se ha pasado de prepotencia y sus pronósticos sobre el valor del espacio virtual que aspira a liderar parecen excesivos. Meta se ha desplomado un 60% este año en Bolsa. Por primera vez, sus ingresos caen y Facebook se estanca. Ha despedido a 11.000 empleados.

Elon Musk es otro adelantado que intenta establecer control privado sobre ejes importantes de la sociedad, aprovechando nuevas tecnologías: pagos (Paypal), espacio exterior (Starlink), transporte con vehículos eléctricos (Tesla), la atmósfera (SpaceX)… En general con éxito. Acaba de comprar Twitter, una red de casi 250 millones de usuarios que estaba en pérdidas y por la que pagó demasiado, 44.000 millones de dólares. 

Es difícil saber lo que tiene en la cabeza, la combinación de todas sus compañías podría conducir al desarrollo de nuevos sistemas de interconexión de personas, automóviles y edificios. Pero se está dando de bruces contra la realidad de Twitter. De entrada, despidió al equipo directivo y prácticamente la mitad de la plantilla, otros muchos se van por voluntad propia. Su intento para cobrar algunos servicios no ha sido aceptado por los usuarios y tuvo que aplazarlo. También rectificó su primera idea de no permitir el trabajo a distancia en la compañía porque se quedaba sin gente. Amenaza con hacer quebrar Twitter, mientras algún pequeño accionista le demanda por las cuantiosas retribuciones que se auto concedió en Tesla para, entre otras cosas, poder adquirir la red social.

En quiebra ha entrado la semana pasada FTX una de las principales plataformas de intercambio de criptomonedas. Arrastraba una crisis de liquidez, propiciada al parecer por la apropiación de fondos para inversiones especulativas por parte de su fundador, Sam Bankman-Fried. La caída de FTX se ha venido a añadir a la pérdida de confianza de los inversores en las criptomonedas que se viene registrando estos meses. La principal, el bitcoin, ha disminuido su valor un 75%, en un año.

Se pincha otra burbuja. Entender los recurrentes procesos de especulación es algo que nos debería concernir a todos, evitaríamos tentaciones peligrosas. Siempre recomiendo leer el libro de John Kenneth Galbraith “Breve Historia de la Euforia Financiera”, editado en castellano por primera vez en 1991. Diez años después, en el 2001, se desinfló la primera burbuja digital, la puntocom. Pero, por mucho que se estudien, estos fenómenos tienden a reaparecen. El gran economista americano nos previene contra los “expertos” defensores de las oportunidades que ofrecen nuevos activos y llaman anticuados a los que se atreven a hacer advertencias del excesivo calentamiento en torno a ellos. Este blog advertía, el 28 de agosto, de los peligros que se habían incubado (Criptomonedas, nuevo campo para viejas estafas).  Parece que los principales países se han tomado por fin en serio la necesidad de dotarse de una buena regulación en este peligroso mercado, un poco tarde.

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