El 9 de agosto de 1945, hace ahora 77 años, el mundo entró en la era nuclear con la destrucción de Hiroshima por una bomba atómica lanzada desde un avión de los EEUU. Este ataque y el inmediato sobre Nagasaki impusieron la rendición de Japón y el fin de la 2ª Guerra Mundial. Desde entonces, la amenaza nuclear marca los límites de enfrentamientos bélicos, como durante la Guerra Fría establecida entre la expansión y la caída de la URSS.

Las frustraciones del desmoronamiento imperial-comunista ruso, son manejadas ahora por un fascista para intentar anexionar un país vecino que, dice, le pertenece. La situación vuelve a colocar el poder de la disuasión nuclear en el centro del tablero estratégico. Hay una gran asimetría en el choque armado entre Rusia y Ucrania. La primera se harta de bombardear y ocupar espacios de la segunda, pero esta, al parecer, tiene prohibido hacer lo mismo. Ucrania no puede atacar y mucho menos invadir territorios rusos vecinos, ni siquiera la península de Crimea que Rusia le robó hace ocho años. Sería intolerable para el nuevo Zar (de ahí debe venir la Z naZi que emplea para simbolizar su lucha). Lo consideraría un ataque de la OTAN y podría ser respondido con un bombardeo nuclear. Dicho de otro modo, cualquiera que tenga armamento atómico puede invadir a un vecino, sin que este pueda contraatacarle.

Los cinco países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas son superiores a los demás por su derecho a vetar cualquier acuerdo de esa organización de los Estados del planeta. Todos disponen de bombas atómicas, un símbolo de estatus. Lo felices que deben estar los “nuevos ricos nucleares”: India, Pakistán, Irán, Israel o Corea del Norte. Son miembros de un club exclusivo y muy influyente, lo que anima a otros a intentar acceder a él.

El rearme generalizado que empuja la guerra de Ucrania será, en los próximos años, el mayor peligro para todos, más que el calentamiento global. La situación tiende a empeorar y arroja luz sobre las limitaciones en el mundo de hoy del modelo institucional básico que nos organiza, el estado nación.

El asunto está en la raíz de mi ensayo, que interrelaciona las causas que empujan el comportamiento colectivo hacia situaciones injustas y peligrosas, alentadas desde estructuras de poder cada día más autónomas. Las armas de destrucción masiva son el mayor riesgo. Cualquier error de cálculo puede provocar un desastre irrecuperable y cada día son más los populistas que hacen cuentas de lo que dicen que les deben los demás.

Las dos entradas más recientes del blog parecen alejadas del análisis de una confrontación atómica, pero no lo están. En la del 31/7 (Una buena estrategia contra el calentamiento global ayudará a mejorar la sociedad europea) insistía en que el desarrollo de las energías renovables es una oportunidad para descentralizar la generación de un producto esencial. Ahora en manos de países totalitarios y grandes corporaciones muy influyentes, que dificultan la adaptación de la sociedad a nuevos tiempos. Es el caso de Alemania, muy dependiente del gas ruso.

La última, la del 4/8 (La presión fiscal debilita la clase media y la democracia) insiste en una de las ideas básicas de mi libro: los impuestos que necesita un Estado cada vez más grande (La deuda pública nos atenaza, 19/7) tienden a recaer en las clases medias, porque las grandes empresas y los más ricos se escabullen demasiado. El proceso explica la erosión democrática, pero los políticos sólo piensan en recauda, en las próximas elecciones, en aumentar su poder sin preocuparse de mejorar los aspectos sustanciales de un Estado que tiende a la ineficiencia.

Por eso sube el populismo nacionalista en todas partes, incluida la vieja Europa. El Brexit (1) fue apoyado sobre todo por gente de baja cultura y pocos ingresos, muchos de edad avanzada y añorantes de glorificados imperios pasados, como los que ahora aplauden a Putin en Rusia. Se consideran protegidos por su nación y son fáciles de manipular para desconfiar de los extranjeros. Se sienten más ingleses o rusos (o alemanes, franceses, hindúes, españoles…), que seres humanos. Aún somos demasiado tribales. El creciente poder del aparato político burocrático debilita las clases medias y, con ellas, las bases de la democracia, la forma de gobierno menos tentada a aventuras militares.  El tamaño del Estado y la recaudación fiscal o la forma de producir energía tienen que ver con el aumento de tensiones bélicas, aunque no nos demos cuenta.

(1) El Reino Unido acaba de iniciar un programa para modernizar sus misiles y su arsenal nuclear.

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