Como exponía en las dos primeras entradas de este mes, nuestra existencia está en peligro por el aumento de la temperatura de la atmósfera, resultado de dos siglos quemando carbón y derivados del petróleo. Además, los totalitarismos agresivos, apoyados en la abundancia de recursos naturales, someten a sus pueblos e inducen la vuelta al pasado más nacionalista. Son, como el calentamiento global, otra amenaza para la especie. Rusia, una potencia nuclear, es el mejor ejemplo.

La confluencia de razones ecológicas y políticas hace urgente potenciar la generación de energías renovables, pero también es importante el modo de producirlas. La defensa de las libertades y de sociedades más dinámicas e inclusivas recomienda diversificar el acceso a las energías verdes. Las eléctricas, sean empresas públicas o privadas tienen demasiada influencia en el interior de los países, su dimensión crea mucha connivencia con la Administración.

Se abre una oportunidad para limitar el poder interior de estas grandes compañías y de aumentar la flexibilidad y la resiliencia de la sociedad favoreciendo la generación de energía por los consumidores (empresas o particulares) de forma individual o asociándose con ese fin, incluida la posibilidad de que sean los ayuntamientos los que tomen la iniciativa . Para que una nueva estructura productiva diversificada sea eficaz se necesitan inversiones para garantizar acceso al intercambio de electricidad desde espacios poco poblados y que el sistema de captación y distribución de la energía esté bajo control público, aunque pueda ser gestionado por empresas privadas completamente independientes de las productoras. Hace unos días, la Agencia Internacional de la Energía advertía del “riesgo” que enfrenta la ansiada descarbonización del sistema energético si no se invierte mucho para dar cabida a los nuevos proyectos de renovables. La inversión mundial en redes eléctricas debería duplicarse desde los 300.000 millones de dólares actuales.

Es una gran oportunidad para reforzar el proceso de sustitución de los combustibles fósiles y para tener sociedades más libres, menos influidas por los grandes intereses que siempre rodean la producción de energía. Sería bueno también que se aprovechara ese necesario impulso de las redes de distribución para, en paralelo, mejorar las existentes, con objeto de que pierdan menos energía en el transporte y no degraden tanto el paisaje.

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