Escribía hace unos días sobre el aumento de la dimensión de las Administraciones públicas. Una amenaza para las libertades y un obstáculo para la evolución de los sistemas institucionales, que deberían adaptarse a la realidad del S. XXI y son cada vez más rígidos. El proceso es más peligroso en países muy grandes con deriva totalitaria, integrados en una categoría que en mi ensayo llamo imperios terrestres. Los imperios marítimos, los liderados por países europeos occidentales con acceso a los océanos abiertos, desaparecieron a mediados del siglo pasado. El último en desmoronarse, Portugal, lo hizo en 1975. La derrota que la economía de mercado y la democracia infringieron a la URSS suponía el fin del último gran imperio terrestre, los que se construyen incorporando espacios vecinos, con los que, en muchos casos, comparten características étnicas y culturales.

Pero no son fáciles de eliminar, los territorios antes dominados siguen ahí y son una tentación permanente. Rusia tiene el orgullo herido por la caída, hace 30 años, de lo que era su imperio. La añoranza de lo perdido es susceptible de ser empleada por un líder con vocación dictatorial cuando piensa que su popularidad está en baja. Putin ya insufló ánimos al nacionalismo ruso con la toma de Crimea en 2014. Ahora que ha perdido mucha credibilidad interior por los problemas que soporta su economía, a causa de su gestión, vuelve a blandir la espada sobre el oriente de Ucrania. Su debilidad económica le puede obligar a negociar, por miedo a las sanciones que se le aplicarán si invade a su vecino. Sabe que enero es buen momento para tensionar la cuerda, Europa tirita de frío y depende del gas que le envía Gazprom.

Un perfil similar tiene el Presidente de Turquía, un país que perdió su imperio terrestre en el siglo XIX. Erdogán es un fanático religioso que también está viendo como cae su popularidad por los problemas de una economía que pretende gobernar, según él, con normas islamistas. Los tipos de interés bajos y la inflación descontrolada se llevan muy mal, la lira turca vuelve a estar por los suelos. En ese lío y con elecciones en menos de 2 años cabe esperar que siga intentando ampliar su presencia en las zonas próximas de Siria, que permanecen fuera del control del presidente, también autoritario, de aquel país, y donde tienen presencia las fuerzas kurdas, una minoría con cultura propia a la que persigue dentro de Turquía. Su nacionalismo mantendrá también bloqueada la reunificación de Chipre, donde, desde 1983, persiste la pequeña (3.300 km cuadrados) república turca del norte, no reconocida por la ONU.   

Si la herida del imperio perdido es útil a un populista turco, 200 años después de la independencia de Grecia, poco podemos esperar de China, lleva miles de años construyendo un gigantesco Estado omnipresente. Ahora bajo una línea marxista leninista, que encaja bien en su pasado imperial de fuerte burocracia centralizada. Ya controla Hong Kong y se prepara para intentarlo con Taiwán, un objetivo más complicado. Mientras sigue con su política de ir eliminando las minorías que no sean de la etnia han. Los uigures se están llevando la peor parte, como denuncian las organizaciones que defienden los derechos humanos, considerados allí una especie de “lujo capitalista”. Pero también tienen líos económicos que afectan a su oscuro sistema financiero, minado por una larvada crisis inmobiliaria, cuyo síntoma más visible es la delicada situación de Evergrande, un gigante del sector.

Estados nación cada vez más grandes, mezclados con autoritarismo y deseos imperiales en zonas próximas son un grave peligro para la paz y son capaces de coordinarse para conseguir sus objetivos, como demuestra el acercamiento de Putin y Xi, a pesar de la desconfianza que se tienen. Desde hace años sus países realizan maniobras militares conjuntas y seguro que valoran la posibilidad de invadir simultáneamente Ucrania y la isla llamada Formosa por sus descubridores portugueses y que llegó a albergar una colonia española en su costa norte entre 1626 y 1642.

Pero los totalitarios, cegados por su poder político, tienden a cometer errores de gestión económica. Mal que les pese, la globalización retira mucho control sobre lo que pasa dentro. Lo deben aprovechar los Estados de tradición democrática para aplicar sanciones comerciales serias a todos los que aplastan los derechos humanos y quieren someter a vecinos y minorías. Si se hace bien, se evitarán confrontaciones militares y el riesgo de ser arrastrados por la contaminación populista, que ellos excitan con sus políticas y su acción en redes sociales intentando debilitar los sistemas políticos basados en las libertades. Sigo pensando que todos podemos ayudar a frenarles, por eso recomiendo que no se compren marcas o se usen redes de países totalitarios, especialmente chinas.  

Únete a la conversación

1 comentario

  1. Vaya trío, el de la foto. Nada que ver con el que formaban los Reyes Magos, ni en la forma ni en el fondo…

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *