Que una lengua se considere autónoma o dialecto de otra establece una especie de “categoría” que interesa a los que tienen ideas nacionalistas o regionalistas. Para los aparatos políticos las fronteras son barreras que delimitan su poder, lo que está dentro de ellas es cosa suya. Así son dados a levantarlas y fortificarlas. La creación de nuevas lenguas desde variedades dialectales es una dinámica de la evolución del lenguaje. El proceso se acelera cuando las variantes lingüísticas se relacionan poco, y puede ser impulsado desde el poder político para blindar su territorio competencial. Para dar un aire “técnico” a las escisiones les es fácil encontrar colaboradores en el mundo de la cultura y la enseñanza, también interesados en crear un espacio propio de influencia y facturar más horas de clase y traducción.

Esas tendencias del poder, político o corporativo, son menos lógicas en el mundo actual, mucho más interconectado, porque dificultan la comunicación entre personas y países. El planeta tiene miles de lenguas, no hacen falta más, debemos apoyarlas y ayudar a que evolucionen sin necesidad de dividirse, a la vez que potenciamos el plurilingüismo a todos los niveles. Necesitamos priorizar la capacidad de relacionarnos y, para eso, son mejores los sistemas más abiertos.  Evitemos el juego de levantar barreras cuando la humanidad está muy apretada y es bueno que nos hablemos más. 

España se enfrenta a un interesante experimento democrático para su diversidad lingüística, propiciado por la igualdad entre los bloques políticos estatales, que dependen para gobernar de partidos catalanes y vascos. La nueva Presidenta del Congreso, la socialista balear Francina Armengol,  se comprometió a permitir que los diputados se expresen en esa Cámara en cualquiera de las lenguas cooficiales del Estado y ya están cambiando el reglamento para asegurarlo.

Ese derecho tiene un coste, sobre todo en  traducciones, que debería evitar excesos. El valenciano puede ser tratado, como lo que es, un dialecto del catalán, lo que ya reconocen los que emplean otras variedades de esa lengua en las Baleares. Se  molestarán los nacionalistas españoles propensos a separar a los que hablan catalán en espacios diversos para defender la preponderancia del castellano. Es una vieja táctica: divide y vencerás. Otro coste que no se debería asumir es el de incluir lenguas más minoritarias, como el aranés o el bable que sumados no llegan al medio millón de hablantes y no tienen estatuto de cooficialidad.

El asunto del bable supongo que abrirá un debate en Asturias para forzar que se eleve su estatus legal. Resultaría curioso que esa comunidad autónoma intentara agruparse en torno a una antigua lengua, mientras también practica el “divide y vencerás”, al calificar de “eonaviano”,  una teórica lengua independiente, el gallego que se mantiene en su zona occidental.  No creo que se atrevan a proponerlo también para su uso en el Congreso porque confirmarían el error de esa separación.

Los nacionalistas periféricos esperan lograr además que las lenguas cooficiales se puedan emplear en el Parlamento Europeo. Los vascos y los catalanes estarán reforzados en esa tarea porque ambos idioma mantienen presencia en zonas de Francia, aunque este país no sea un gran aliado en la defensa de la diversidad. El gallego va por delante, ya está presente en las instituciones europeas porque es la misma lengua que el portugués. Son variedades dialectales de un idioma que usan en el mundo 300 millones de personas y tiene más hablantes que el francés, el alemán o el ruso. Ya ha sido empleado en el parlamento de Estrasburgo, al menos por un diputado del BNG, Camilo Nogueira, a quien traducían sin problemas los intérpretes de portugués cuando se expresaba en gallego. 

El viaje a Europa ayudará a dejar en evidencia la  insensatez de dividir lenguas artificialmente, como ocurre con el valenciano en el interior. En Galicia, el divide y vencerás lo practican los que no reconocen que el gallego y el portugués con la misma lengua. Les da terror pensar que un idioma que consideran marginal sea parte de un sistema lingüístico con presencia en los cinco continentes. La presión de vascos y catalanes debe ayudar a que alcancemos la racionalidad de potenciar el gallego como instrumento de comunicación supranacional, lo que constituye una clara ventaja competitiva. Quizá esto último es lo que algunos temen. Pura envidia, además de notárseles  el tufo de viejo “necionalismo” español.    

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