El lunes, El País abría con una noticia que en otros periódicos pasó casi desapercibida: nacía la Autoridad Europea contra el blanqueo. Redondeó ese tratamiento preferente con su primer editorial del martes y una entrevista el miércoles a Mairead Mcguinness, Comisaria de Servicios Financieros. Defiendo la existencia de la UE como el primer intento serio de superar las limitaciones a las que la Humanidad se enfrenta ahora, confinada en multitud de estados nación de diversos tamaños que practican su vieja tendencia a mirarse mucho al ombligo. Lo hacía en la entrada anterior, al aplaudir el pacto verde que Bruselas propone y cuya necesidad se hizo muy visible por las inundaciones que arrasaron el oeste de Alemania y parte de Bélgica. Pero la UE es también un gigantesco sistema burocrático que debemos vigilar.

Es necesario perseguir el blanqueo y hay mucho que hacer en un terreno en el que abundan espacios que permiten legalizar dineros de oscuro origen. Pero no abordamos el problema principal: la existencia de un medio de pago anónimo, con tecnología superada y facilitado a los delincuentes por los propios Estados, el papel moneda. Si no retiramos la base de todas las economías informales y delictivas que ahora podría ser erradicada, no avanzaremos lo suficiente. Mientras tengan billetes, evasores y delincuentes (incluidos políticos corruptos) encontrarán sistemas de blanqueo, tienen mucho dinero para pagar asesores y el sistema legal y financiero internacional, complejo y variado, ofrece demasiadas oportunidades. 

Como explicaba en la entrada del pasado día 4 (Ventrílocuos y artistas del dinero oscuro) el primer paso de un proceso de blanqueo es siempre una máquina de contar billetes. Sin billetes desaparece la economía sumergida. El principal obstáculo para abordar este asunto es que el Banco Central Europeo parece feliz facilitando papel moneda, tan feliz que no le produce vergüenza que, a pesar de caer radicalmente su uso legal, la emisión de billetes no para de crecer (un 11% en 2020), apoyándose en las denominaciones más altas, un escándalo del que no se habla. El BCE es el típico aparato que no quiere perder puestos de trabajo bien retribuidos, aunque sea a costa de facilitar la vida, entre otros, a traficantes de personas, armas o drogas. Por eso especula con el euro digital, un artilugio sin utilidad concreta. Necesita nuevos juguetes que justifiquen su dimensión.

Aparatos liderados por poderosos burócratas se enfrentan a los problemas fiscales que arrastra la enorme economía sumergida y criminal creando un nuevo aparato cuando en estos momentos, por primera vez desde que la humanidad inventó el dinero hace decenas de miles de años, sería fácil erradicarlas o reducirlas a una dimensión ínfima. La solución que se les ocurre es, por supuesto, crear un nuevo aparato con un presupuesto anual de 45,6 millones y una plantilla prevista de 250 funcionarios.

Es un ejemplo de la sociedad en que vivimos, incapaz de cambiar cualquier cosa que toque a los detentadores de poder. Es una de las más preocupantes dinámicas que dieron lugar al ensayo que inspira estas páginas. La próxima entrada mostrará otro ejemplo.

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Hoy mismo la prensa recoge la desarticulación, por las policías de España y Portugal, de una organización delictiva dedicada a la fabricación y venta de tabaco ilegal. La operación se saldó con 29 detenciones, incautación de 51 toneladas de hoja de tabaco y 2 millones de euros en efectivo. Por supuesto, sin billetes todo esto no existiría y sobraría la mitad de la policía como explico en el libro cuya portada reproduzco. No se desmontan los aparatos burocráticos, se intenta compensar sus ineficacias con nuevos organismos. Una espiral que bloquea y debilita al sector público, que tiene una base económica cada vez más insuficiente.

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