El pasado día 8, en el ayuntamiento de Cangas do Morrazo, se entregó el premio anual de Mujeres en Acción a la activista Amelia Tiganus (Galati, Rumanía, 1984), una mujer con una vida terrible. Antes de cumplir 14 años ya había sido violada en el ámbito familiar y también por un grupo de cinco individuos en un portal, antes de ser vendida por 300 euros a una red de prostitución. Sus declaraciones a la prensa me empujaron a escribir estas líneas.

Afirma que es una superviviente, una de las 6 de cada 10 que sobrevive a las redes de prostitución. Ahora las combate desde una asociación (Emargi) y la Escuela Abolicionista Internacional, tras haber publicado dos libros en que cuenta los calvarios que atravesó. Dice: “pienso en todas las compañeras que ya no están, las que asesinaron, las que se suicidaron. También en aquellas rotas por dentro y que son cadáveres que respiran…”. Denuncia que, según un estudio de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres, realizado en 2011, “4 de cada 10 hombres habían pagado por sexo en España, el país de la UE con mayor número de puteros”.

Amelia Tiganus, como muchas feministas, defiende que se prohíba la prostitución y se persiga tanto a los que la promueven como a los que la practican, para librarnos de la explotación sexual y reproductiva de mujeres y niñas, el objetivo de Emargi. Pero una cosa es prohibir y otra eliminar, el tráfico de personas está ya perseguido. El día en que Amelia era homenajeada en Cangas, en Madrid la policía desarticulaba una organización que explotaba mujeres a las que obligaba a estar disponibles y maquilladas las 24 horas del día, 7 días a la semana, por si se presentaba algún cliente. Debía ser un tinglado especialmente cutre en una actividad que ya lo es de por sí. Se detuvo a 4 personas y sólo se liberaron 2 esclavas sexuales.

Comprendo que muchas mujeres, especialmente las que han pasado por situaciones tan terribles como la premiada, exijan reprimir con legislación específica la prostitución. Ayudaría, al menos, a reducir su impacto, pero no desaparecería totalmente, incluso puede agravarse la situación de las esclavas sexuales encerradas en celdas aún más secretas. Son milenios de historia, costumbres difíciles de erradicar.

Para desgastar de forma definitiva las redes de prostitución, es más eficaz aceptar la recomendación del informador Garganta Profunda a los redactores del Washington Post, que investigaban el asunto del Watergate y acabaron haciendo dimitir al Presidente Nixon: “sigan la pista del dinero”. Por primera vez en la historia podemos hacer el dinero trazable, saber de dónde viene y a dónde va. Si se inicia un proceso para eliminar los billetes, como están haciendo los países nórdicos y Australia, la prostitución irá encogiéndose y la que quede será legal, si la ley la permite, o se camuflará como casas de masajes o cosas similares, y las que la practiquen estarán dadas de alta en la seguridad social, recibirán atención médica y podrán dejarlo si quieren.

La terrible lacra de la esclavitud sexual es unos de los temas que analizo en el libro cuya portada he reproducido varias veces y vuelvo a hacer ahora. Los que defienden la eterna pervivencia de medios de pago de otros tiempos –bancos centrales, obsesos de la libertad para mafias diversas, empresas de seguridad que viven de la inseguridad, políticos corruptos, nostálgicos varios…-, protegen a delincuentes de otros tiempos que no podrían vivir si aprovechamos bien las ventajas de la digitalización, de la tecnología actual.

Pero cuesta cambiar, hay muchos poderosos con apego al papel moneda que practican la “vetocracia”. Sobre sus consciencias recaiga la esclavitud y muerte de decenas de miles de mujeres. Volvemos a comprobar, como en las dos entradas anteriores, que la defensa de situaciones del pasado es especialmente perjudicial para ellas. Los avances de la sociedad permiten acabar ya con las redes que convierten a muchas en objetos de disfrute para reprimidos insensibles. No deberíamos demorarlo.

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