He visto la final de la Copa del Mundo que la selección española ganó en Sídney . Hacía tiempo que no seguía un partido de fútbol completo  y era la primera vez que presenciaba uno de mujeres. Ver cómo jugaban me invitó a esta reflexión, porque hacen un fútbol más técnico, menos físico.

El pensamiento me llevó a la infancia, cuando, a mediados de los 50, empecé a ir con mi padre al estadio de Riazor. Había pocas mujeres en aquella tribuna, aunque mi madre, activa y deportista, nos acompañaba casi siempre. Mi padre tomaba café en el Casino, donde tenía una tertulia, y luego nos recogía para ir al estadio. Algunos tertulianos ocupaban asientos próximos  y fue un privilegio contar con comentarios, casi siempre sobre fútbol, de personas destacadas en aquella España negra, como el magistrado galleguista Ramón Carballal o Antonio Meijide, importante historiador, catedrático del Instituto Femenino.

Detrás de nosotros se sentaba un hermano de mi progenitor, falangista, concejal del ayuntamiento y consejero de la caja de ahorros. Mucho más directo en sus opiniones,  le gustaba el fútbol “racial”, de empuje, de fuerza. Era la esencia del estilo español que entonces representaba bien el Athletic de Bilbao y que se resume en la famosa jugada de Belauste, durante la Olimpiada de Amberes en 1920. El mediocentro vasco solía sumarse al ataque. Aquella tarde, en una de esas subidas, gritó a Sabino Bilbao  «¡A mí el pelotón, que los arrollo!» Sabino lanzó el centro, Belauste controló el «pelotón» con el pecho y se introdujo con él en la portería.  Se llevó por delante a dos defensas y al portero, que no pudieron evitar el gol ni agarrándolo.

Mi tío, que no sé si sabía que Belauste era nacionalista vasco y en los 50 vivía exilado en Méjico ni que su vecino Carballal escribía poemas en gallego, odiaba a los centrocampistas talentosos que empezaban a aparecer en el Depor y les gritaba para que dejaran de manosear el balón, corrieran hacia adelante y centraran. Le parecían una enfermedad coruñesa, que había que combatir. Él la diagnosticaba en gente como Lechuga, Luis Suárez (el único jugador nacido en España que ha conseguido el balón de oro), Amancio o Jaime Blanco. Su idea del fútbol era popular en época de dictadura militar, favorecedora de la impronta del macho  ibérico. Murió bastante joven y no tuvo que sufrir la transformación del fútbol español de la mano del Barça de Cruyff y Guardiola. Juego de pases y desmarques que luego Luis Aragonés llevó a la selección para ganar un campeonato de Europa y que después nos dio un título mundial.

Hace unos días, titulaba una entrada  “las mujeres apuestan por una España diversa”, la que promueve una democracia estable y avanzada, superando el nacional populismo que atenaza a la derecha. Algo de lo mismo vi el domingo:  las chicas  hacen un fútbol desarrollado e influirán en cómo se ve un deporte siempre apetecido como plataforma de propaganda para viriles salvapatrias. La disyuntiva diversidad versus uniformidad se observa en dos titulares de primera página en periódicos importantes, al día siguiente de la victoria en Sidney. Uno da la noticia de forma profesional, describiendo lo que pasó, sin adjetivos. El segundo resalta lo nacional, si uno lee sólo este titular no sabe bien lo que ha pasado.

Las mujeres van conquistando derechos e igualdad, con ello nos benefician a todos. Pero queda mucho por hacer. Necesitamos, que las redacciones deportivas, muy pobladas de hombres, les den más relevancia desde la base. La entrada del 7/12/21, reflejaba un sangrante ejemplo de sus limitaciones. Reproduzco el comienzo:

Un conjunto de chicas de Burela, una villa pesquera del Cantábrico gallego, se ha proclamado campeón de Europa de fútbol sala, ganando en la final al Novara italiano por 6-0. No está nada mal, aunque se trate de un deporte minoritario. En la prensa nacional del día siguiente, el de la Constitución, el hecho pasó desapercibido. Es normal, se trata de un deporte secundario, encima de un equipo de mujeres y, ya el colmo, de un sitio apartado. Por eso se puede ver como un síntoma de nuestros problemas. Ese día los medios más relevantes dedicaban mucho espacio a debatir sobre una Constitución que tiene agujeros notables, pero, en general, se proponen zurcidos menores. Quizá por eso pasan por alto la hazaña del Pescados Rubén Burela, algo fuera de los esquemas preconcebidos que mandan en muchas cabezas.

Es increíble que una proeza de ese nivel, incluso de mayor mérito relativo que lo conseguido el pasado día 20, pueda ignorarse. Queda tarea por hacer para dar la relevancia que merecen los triunfos de las mujeres dentro de un contexto donde no encaja el beso en los labios de Rubiales a Jennifer Hermoso. La madurez del fútbol español para asumir que ellas tienen un espacio propio, bien ganado, se pondrá en duda si no se cesa inmediatamente al presidente de la federación. Si se va, las chicas habrán ayudado otra vez al fútbol de los chicos, donde hay demasiados dirigentes prepotentes, Rubiales es un gran ejemplo.

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4 comentarios

  1. Pues claro que si. El extraordinario éxito de la Selección femenina de futbol (deporte que evidentemente despierata pasiones) al proclamarse campeona del mundo en Sídney, es un hecho de singular importancia, impensable hace solo muy poco tiempo y equiparable a la imparable emergencia de las mujeres en los últimos años en casi todos los ordenes y premonitorio de lo que, felizmente, está aún por venir.
    No es descartable que cuando menos se espere podamos ver también su emergencia (la de las mujeres) en el mundo del toro, cortando orejas y rabos en la mismísima plaza «Monumental» e incluso revitalizando la tradicional afición en Coruña. Disfrutaré entonces leyendo tu relato de tal acontecimiento como ahoras haces y no se si rememorando tu presencia (¿?) en la plaza de toros de la capital herculina allá por los años 50 del siglo pasado, como dices hacías en Riazor.

    1. Tienes razón, mi padre también me llevaba a ver las corridas en la plaza de toros de Coruña, que hace mucho que no existe. Pero no te animes, a los toros no volví.
      Y tampoco verás a mujeres toreando por la evolución del comportamiento humano: ellas son el futuro y los toros el pasado. Su entrada en el toreo sería síntoma de que algunos de mis peores temores se cumplen y hayamos vuelto a un pasado de violencia, que no deseo.

  2. Naturalmente, no estás solo en eso de no desear volver a un passdo de violencia. Supongo te refieres, p.e. y significativamente a la de ETA, pues poner en primer plano al referirse a la violencia a la que se ejerce sobre los toros (que en lo personal no es de mi agrado) no me parece, ni mucho menos, razonable.

    1. La violencia es una actitud ante la vida, muy ligada a la versión «macho alfa» de la existencia. La vuelta a la violencia que me preocupa es la de tiempos en que era más frecuente, ETA, por supuesto, incluida. España ha estado demasiado tiempo liada en guerras, desde los 7 siglos de «reconquista» a las carlistas o a la guerra civil. De los toros lo que me escandaliza es que el Estado se empeñe en protegerlos. cuando gobierna la derecha. Reproduzco un párrafo de la entrada del 21 de julio: «A finales de 2013, pocos meses antes de abdicar a favor de su hijo a causa de líos diversos que dañaban su imagen, como cacerías de especies protegidas en África, Juan Carlos I firma una ley elaborada por el Gobierno de Mariano Rajoy que declara: La Tauromaquia forma parte del patrimonio histórico y cultural común de todos los españoles, en cuanto actividad enraizada en nuestra historia y en nuestro acervo cultural común.»
      Resulta que los toros, que tienen una buena dosis de violencia intrínseca, son patrimonio cultural común (la palabra común se repite dos veces) de todos los españoles. Conmigo no van, tampoco con Galicia en general. Según esos parámetros, no debemos ser españoles,

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