El ensayo que sirve de base a este blog dedica uno de sus cinco capítulos a la libertad de las mujeres, una conquista ligada al desarrollo de la democracia. Ahora van siendo cada vez más conscientes de que los que quieren volver hacia atrás son un peligro para los derechos y la igualdad que han ido consiguiendo.

En las últimas elecciones generales, el voto a la derecha (PP y Vox) ha sido mayoritariamente masculino, mientras que el apoyo al resto de las fuerzas ha tenido fuerte componente femenino. Según un estudio de Metroscopia, si sólo hubieran votado los hombres, la derecha hubiera obtenido una victoria clara con 1,5 millones de votos más que el resto. Si sólo contase el voto de las mujeres ese resto les hubiera rebasado por 1,1 millones de papeletas.

Muchas no se fían de los que quieren limitar el aborto legal, separar a las niñas de los niños en los colegios o promover que tengan muchos hijos. Por no hablar de los que se niegan a hablar de violencia de género. Saben que las propuestas políticas de vuelta al pasado son una amenaza. Sospechan que detrás de ellas hay variantes de talibanes camuflados, que conforme aumenten poder irán apretándoles más las tuercas. El voto masculino está influido por nuevas variantes de populismo nacionalista, en alza en casi toda Europa. Son especialmente atractivas para hombres, en general de poca formación, que se sienten postergados en situaciones de empleo precario y de menor relevancia social que muchas mujeres.

Si en la anterior entrada destacaba, centrándome en el papel del PNV, la tendencia de la periferia a soluciones más diversas, hoy me congratulo de que la diversidad, incluida la de opciones sexuales,  sea también apoyada por una creciente mayoría de mujeres que consiguen liberarse de la alienación cultural, con base religiosa, que las adscribía a papeles secundarios. Ahí siguen ahí muchas que apoyan alternativas conservadoras desde diferentes segmentos sociales, como reflejan los perfiles de dos presidentas de la Comunidad de Madrid, militantes de este tipo de opción política, en parte también porque defiende un fuerte Estado central. Esperanza Aguirre, buena jugadora de golf, representaría la variante de clase alta e Isabel Díaz Ayuso, en línea zarzuelera, conectaría más con bases populares.

En España las mujeres tienen la posibilidad de apoyar una democracia que debería avanzar en tolerar y proteger la diversidad e ir olvidando la herencia de Franco. Lo hacen, cada vez más, con su derecho al voto, que ejercieron, por primera vez, hace 90 años, gracias a la Segunda República. Muchísimo peor lo tienen en países con vueltas atrás muy radicales, promovidas por extremistas religiosos. La forma de resistencia de las iraníes consiste en mostrar su pelo, a las afganas ya sólo les queda la opción de llevar la contraria peinándose en la clandestinidad (entrada del día 4).

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