Tras la entrada anterior sobre la revolución del 25 de abril del 74 en Portugal, sigo con el país vecino, esta vez para una rectificación. El uno de febrero, el día anterior de que comenzara la campaña electoral gallega, publiqué “Ayuso contra Galicia”, intentaba llamar la atención sobre un tema trascendental para Galicia. No lo conseguí, quizá porque los partidos políticos no parecen tener mucho interés en las necesidades específicas del país que celebraba elecciones. Nadie le preguntó al candidato del PP qué opinaba del acuerdo al que había llegado la presidenta de Madrid, destacada dirigente de su partido, con el alcalde de Lisboa para presionar a sus gobiernos y conseguir que la comunicación ferroviaria de alta velocidad entre las capitales tuviera prioridad máxima, relegando la del tramo Oporto-Vigo que terminaría de vertebrar el conjunto de ciudades, puertos y aeropuertos de la costa atlántica.

Cuando escribí aquello, mi optimismo me llevaba a pensar que la Unión Europea, que aporta muchos fondos para infraestructuras transfronterizas, seguiría apoyando lo acordado por el anterior gobierno portugués: priorizar lo más coherente con la lógica económica, potenciar un eje dinámico de plataformas logísticas con el medio de transporte más eficiente para mover mercancías y pasajeros a medias distancias.

Una vez más, la política se antepone a lo que sería mejor para la economía. Lisboa, gobernada por el centroderecha, tiene ahora más capacidad de influir porque el nuevo gobierno portugués es de esa línea. Además, su alcalde, Carlos Moedas, es un avezado político que ha sido, entre otras cosas, comisario europeo y mantiene buenas conexiones en Bruselas. Empleó sus bazas para cambiar la prioridad del gobierno portugués, que, hasta ahora era la conexión con Galicia y ahora pasa a ser la de Madrid. Del lado de aquí, el gobierno español no está para enfrentarse a los intereses radiales. Puede haber influido también que es más fácil construir un tendido sólo para pasajeros que discurre por espacios vacíos, que uno que incluye mercancías en zonas de mucha actividad y orográficamente más complejas. También se tuvo en cuenta el tráfico aéreo entre las capitales que conviene rebajar mediante un sistema de comunicación menos contaminante. Los cientos de miles de personas y de toneladas de mercancías que circulan por el eje costero atlántico entre los dos países, al parecer, contaminan menos.

Cómo explicaba en la entrada de febrero, la preocupación e implicación de Lisboa en este asunto tiene raíces profundas. Sabe que cuanto más se integre la fachada atlántica peninsular, más va a crecer Oporto que se convierte, poco a poco, en el gran centro económico del país y sitúa muy al sur a la gran ciudad de la desembocadura del Tajo. Río arriba, junto a uno de sus pequeños afluentes, está la capital española, que, además de defender sus intereses, también tiende a desconfiar de todo lo que empuja el desarrollo del norte. Ella también es sur, aunque no le gusta que se note demasiado.

La UE, que tan importante ha sido para el desarrollo de Galicia por permitirnos recuperar la natural relación con Portugal, acepta ahora ese cambio de prioridad que retrasa reforzarla con un sistema moderno de transporte. Habrá AVE Madrid-Lisboa esta década, el ferrocarril de alta velocidad entre Oporto y Vigo quedará para la siguiente, si hay suerte. El símbolo de la conexión ferroviaria con el principal mercado exterior de Galicia, en términos de diversidad de productos vendidos y de balanza comercial favorable, seguirá siendo, demasiado tiempo, ese viejo puente entre Tui y Valença do Minho, inaugurado en 1886, que decora el artículo.

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