La vicepresidenta segunda está haciendo una importante labor de imagen y relaciones públicas, cuida bien su apariencia y sus intervenciones políticas, aunque a veces se pasa de afán de protagonismo como en sus declaraciones sobre la actuación del Gobierno al inicio de la pandemia. Es una figura con la que habrá que contar en el futuro. Su línea política está muy condicionada por los sindicatos, en concreto por la derogación de la última reforma laboral, aunque la rigidez en la regulación de la contratación de personal sigue siendo causa importante de la poca capacidad de crear empleo estable de la economía española. Hay otra de tipo estructural como el peso del turismo y la construcción en nuestro PIB, y una tercera que tiene que ver con los malos hábitos de pago a proveedores pymes. He hecho ya bastantes referencias a esta última, que debería ser más fácil de arreglar.

La rigidez del mercado de trabajo es herencia de normas de la dictadura, que se trasladaron casi por completo al Estatuto de los Trabajadores con la llegada de la democracia. Franco buscaba sistemas para mantener tranquilos a los españoles y su normativa conectaba con la tendencia natural a ver el puesto de trabajo como base de una renta vitalicia asegurada. La erosión de aquella legislación empezó ya en tiempos de Felipe González y la última modificación significativa, la introducida por Mariano Rajoy en 2012, continuaba la tendencia, con medidas para favorecer el empleo juvenil y femenino, reducir el coste de despido, todavía muy alto para estándares internacionales, y favorecer los ERE de empresas en dificultades.

Volver atrás obstaculizaría la adaptación a las coyunturas económicas negativas que afectan al conjunto del país, a un sector o a una empresa en concreto. La reacción lógica es contratar menos personal fijo por las dificultades para prescindir de él si es necesario, lo que aumentará la temporalidad. El aparato político-sindical, al que representa Yolanda Díaz, sabe bien lo que ocurrirá si sale adelante la derogación que piden de la reforma laboral, especialmente del coste del despido. Por eso proponen, en paralelo, regular más la contratación temporal, limitando mucho su uso, lo que sólo agravaría el problema.

La oferta de empleo no se debe organizar desde postulados minoritarios (entrada del 3/11) aprovechando una coyuntura política que les favorece y acumulando capas de normas. Nuestra economía está muy internacionalizada, si se complica su flexibilidad produciremos más desempleo y desaprovecharemos la oportunidad que abre la tendencia mundial a reducir la dependencia de Asia y podría traer aquí nuevas actividades industriales europeas.

Lo más importante para cualquier sociedad es que su base humana tenga oportunidades para desarrollar todo su potencial y España cuenta con una generación bien formada y con muchas ganas de aportar, poner puertas al campo sólo ayudará a frustrar sus aspiraciones. Del campo (Cabra, Córdoba) venía José Solís Ruíz, el político franquista que ocupó más tiempo, casi 20 años, el cargo de Delegado Nacional de Sindicatos, el responsable de dirigir aquel invento de “sindicato vertical”, que condenaba a la clandestinidad y a la persecución a los verdaderos sindicalistas. Fue un político negociador y considerado “aperturista” dentro de Falange, el partido fascista del que también fue responsable (Ministro Secretario General del Movimiento) en los sesenta sin dejar el otro cargo. Se le llamaba “la sonrisa del Régimen” De los tiempo de José Solís viene la base de la legislación laboral que defiende hoy  la vicepresidenta Díaz.

Desconfían de los excesos de regulación, tan del gusto de los aparatos burocráticos. Un buen ejemplo de los peligros que implica nos lo dio el propio Solís, cuando aprovechó su influencia para blindar la producción interior de aceite de oliva, consiguiendo que mantuviéramos, durante decenios, altos aranceles sobre los aceites importados. Aseguraba el trabajo de los olivareros, que también saben ser combativos. La consecuencia fue que, cuando se produjo la apertura exterior de nuestro sistema político y económico, las acomodadas empresas españolas del sector cayeron en manos de multinacionales, sobre todo italianas, que lideran el mercado mundial del aceite de oliva. La sonrisa favorece la empatía para “vender” mejor las ideas, pero no garantiza resultados.

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1 comentario

  1. La sonrisa no es, ciertamente, garantía de éxito, pero resta aspereza a los objetivos que, según el caso, se pretenda alcanzar. Sonreía el egabrense José Solís (paisano, por cierto, de Carmen Calvo), sonreía el cebrereño Adolfo Suárez y, entre otros, sonríe la fenesa Yolanda Díaz. A los dos primeros les «unió», además de la sonrisa, el haber sido ambos Ministro Secretario General del Movimiento. Nada que ver con la sonriente actual Vicepresidenta 2ª del gobierno del sonriente Pedro Sánchez, cuyos orígenes territoriales y políticos son bien distintos. También es generosa la sonrisa de S.S, el Papa Francisco, que la intercambiará próximamente con Yolanda, aunque la procesión en ambos casos vaya por dentro. Y que decir, finalmente, de la inveterada sonrisa del Rey Emérito, D. Juan Carlos de Borbón.
    La sonrisa, pues, nada garantiza. Puede hacernos sonreír o temblar. Vale para un roto y para un descosido. Al final, por sus hechos les conoceréis…

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