La pesca aparece poco en medios salvo si ocurre una tragedia como la del Villa de Pitanxo en aguas de Terranova, el pasado martes.  Navegamos poco los mares abiertos, preferimos los espacios secos y protegidos. Hay mucha información sobre el naufragio del pesquero de Marín que, además trasmitir muerte y dolor que lamentamos, ofrece una ocasión para compartir reflexiones sobre la pesca y homenajear a los que se ha tragado el mar.

Conforme mejoraba la situación de España, Galicia se fue especializando en atender la creciente demanda de pescado. Empezó por sus rías y aguas vecinas y se fue alejando impulsada por la capacidad de adaptación de marineros, patrones, armadores e industria, desde astilleros a empresas conserveras y congeladoras. Hace siglo y medio los secaderos de congrio y pulpo, preparaban el producto para un transporte lento que abastecía de proteína marina el interior gallego y la meseta próxima. Desde que hay barcos de vapor, los lejanos bancos de se hicieron más accesibles y aumentó la oferta de bacalao, que se salaba para su transporte y conservación. Portugueses y vascos fueron los grandes especialistas en estos caladeros, empujados por tradiciones culinarias que lo aprecian mucho.

En los años cincuenta, los camiones cargados de pescado fresco refrigerado con hielo salían de Coruña, después de la subasta en la lonja, para intentar llegar la madrugada siguiente al mercado central de Madrid, el gran centro de consumo que impulsó en crecimiento del sector. En aquellas estrechas y retorcidas carreteras podía ser más peligroso el trabajo de los conductores que el de los propios pescadores, muchos se dejaron la vida o la salud bajando el Puerto de los Leones. Prisas por llegar, tras 15 horas al volante, con frenos que se recalentaban y fallaban.

La logística, el congelado y la mejora económica dispararon la demanda de merluza. Barcos más modernos se desplazaban al Gran Sol (pesca de altura) frente a las costas de Irlanda en duras campañas de dos semanas. En el año 65 recorrí en bicicleta -negra, sin cambio, con guardabarros y cargada- la costa suroeste aquella isla con otros dos adolescentes, un irlandés y un francés. Sólo se oía hablar inglés y algo de gaélico, los pocos turistas que se acercaban por allí eran ingleses o norteamericanos. En la punta más occidental del Eire, Valencia Island, oí hablar también gallego. El de los tripulantes de un pesquero que había recalado en el puerto para cargar gasóleo.

Cuando se coge el hábito de navegar y se desarrolla en torno a él una estructura productiva dinámica y adaptable, ya no se para. El banco sahariano frente a Canarias era rico en cefalópodos y tan atractivo como el Gran Sol. El patrón del Villa de Pitanxo, uno de los tres supervivientes, había sufrido allí, en 1983, su otro naufragio cuando hizo su primera marea de marinero. Un par de años antes, haciendo un estudio para la implantación en Las Palmas del Banco Pastor, aprendí que gran parte de lo que se pescaba era adquirido por dos importadores japoneses que contaban con delegación en lo que era el principal puerto para las flotas que allí operaban bajo diversas banderas. Ellos marcaban el precio y nos enseñaban a congelar bien el pulpo. El ama de casa japonesa sabe todo de los productos del mar, por lo que el pulpo debe seguir muy sabroso al llegar a Tokio.

La actividad se fue haciendo planetaria, pesca de gran altura. Eso enseña mucho y necesitas aprender para competir mejor. Los armadores gallegos contaban con buenas tripulaciones y promovieron la firma de convenios entre países para acceder a sus caladeros, también creaban sociedades instrumentales con ese fin. Lo hacían, por ejemplo, en el Reino Unido, antes de que entrara en la UE. Espero que las mantengan para seguir pescando allí con barcos británicos después del Brexit.

Gran parte del planeta navega codo a codo. En el barco hundido el domingo había tripulación gallega, peruana y ghanesa, países con gran tradición pesquera. El segundo de abordo era de Lepe y realizaba su última marea antes de jubilarse. Navegaba con todos ellos, como observador de control, un biólogo canario del Instituto Español de Oceanografía, muestra de la tecnificación y supervisión de una actividad que tiene impacto sobre muchas especies. Vigo es el gran centro europeo de la pesca de gran altura y la sede de la agencia de la UE que la controla (EFCA).

El sector pesquero gallego opera en todos los océanos y niveles de la cadena productiva. Vende pescado fresco, congelado, precocinado y en conserva, en muchos países. Es la principal potencia europea en su especialidad. Otras zonas costeras de la península son también activas en pesca internacional especializadas por tipo de captura, como bonito o bacalao, o en un caladero concreto, como el marroquí.

Aunque la comodidad y seguridad de los pesqueros ha mejorado mucho, el trabajo de los que navegan es muy sacrificado y, como acabamos de ver, tiene un riesgo importante. Se trata de una tarea muy masculina que parece responder a parámetros ancestrales. Los hombres salean a cazar, las mujeres permanecen en tierra, aunque no están al margen pues dominan el marisqueo, reparan redes y son fundamentales en la industria transformadora. También ocupan puestos de primera línea en lonjas y mercados, como el de la Plaza de Lugo en Coruña, lugar que merece la pena visitar. La ciudad es la principal plataforma de distribución de pescado fresco de España.

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