En la entrada anterior recordaba una de las idea básica de mi ensayo, la que conecta la mayor libertad y autonomía de las mujeres con un proceso natural de adaptación de nuestra especie para disminuir la presión sobre el medio ambiente. El ritmo actual de deterioro de los ecosistemas puede llegar a hacernos desaparecer, es mejor reproducirse menos.

Durante milenios, se centró a las féminas en tener hijos y cuidarlos para expandir poblaciones y hacer frente a guerras y enfermedades. En esa tarea, como también se analiza en el libro, las grandes religiones han tenido un papel protagonista. Somos una especie inteligente, no llegaba con el instinto. Fue necesario imponer un sistema moral que tutelara los comportamientos reproductivos y prometiera castigos eternos a los desviados del interés general, mujeres y homosexuales principalmente. Las religiones eran los grandes soportes intelectuales del comportamiento deseado.

Allá por 1859, Darwin decía: “Las especies que sobreviven no son las más fuertes sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”. Ahora, nuestra estrategia adaptativa da un giro de rumbo sin que seamos muy conscientes. La población cae en la mayor parte del mundo y pronto lo hará a nivel global. Es necesario hacer menos caso de los que hablan en nombre de dios, del instrumento desarrollado durante milenios para alienarnos con lo que era conveniente entonces: tener muchos descendientes.

Los gráficos siguientes, publicados en marzo por The Economist, indican la evolución de la práctica religiosa en los EEUU durante los últimos 40 años. El dato observado es el porcentaje de los que asisten, al menos una vez por semana, a oficios religiosos de cualquier índole. Agrupa a todo tipo de creencias y, para evitar saltos puntuales, cada dato refleja la media móvil de seis años, por eso sólo alcanza hasta 2018.

El porcentaje de los practicantes religiosos, sobre el total de población, desciende para los caucásicos (whites) y cambia poco para el conjunto de otras razas. Ya no hay grandes diferencias entre ambos grupos. Sí existen en cambio cuando se considera la edad. Aunque también van menos, los mayores siguen siendo mucho más proclives a ir al templo. En cuanto a la variable género, la que nos interesa ahora, se ve que la tendencia es similar entre hombres y mujeres, si bien, entre estas la asistencia a oficios religiosos cae más deprisa y el porcentaje de las que acuden se aproxima al de los hombres. Van superando así la tradicional presión alienadora, centrada en la maternidad y pregonada desde los púlpitos, casi siempre por varones.

Los datos reflejan una tendencia que se da en la mayoría de países donde la democracia permite a las mujeres actuar con más libertad. Una sociedad más laica, que protege a todos por encima de consideraciones de género, es propia de tiempos modernos, aunque haya períodos de retroceso, como el que, al parecer, nos amenaza. 

Las posturas más conservadoras se rebelan contra cambios naturales. En sus programas entran desde medidas para suprimir algunas libertades en el ámbito del aborto o de la elección de sexo hasta otras destinadas a “proteger” a las familias, dándoles facilidades y dinero a cambio de hijos, sin tomar en cuenta el nivel de ingresos de cada una. Circunstancia que mete dinero público en el bolsillo de mucha población de renta alta, la que tiene más propensión a darles el voto, mientras intentan captar el de algunos segmentos de trabajadores prometiendo protegerles contra la inmigración. Niños sí, pero de nuestra raza. Se llama xenofobia.

Si queremos evitar que termine fatal el Antropoceno, fase actual de la historia de nuestro planeta muy condicionada por nosotros, es preciso que la filosofía laica de defensa de las libertades resista las presiones de teorías religiosas que conservan mucho poder. Sin ir más lejos, el pasado día 12, mientras escribía estas líneas, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, reunido en Ginebra (no sé qué utilidad real tiene esa reliquia después de crearse la ONU) aprobó una polémica resolución de condena al odio religioso. Aprovecharon que había una mayoría de países musulmanes que pusieron el sentimiento religioso por delante de la libertad de expresión, la que más odia la variada pléyade de varones autócratas que los gobiernan, quizá porque ha permitido dar pasos en la equiparación de géneros.

La defensa de la libertad de expresión es una base fundamental de lo que se dice en el ensayo y en el blog. Si nos dejamos llevar hacia atrás el futuro se complica mucho. Tenemos que adaptarnos, hay que cambiar agresivos hábitos de ocupar espacios y consumir demasiado, aunque los de siempre se resistan, aunque haya que contradecir supuestas verdades reveladas por la divinidad a las que se agarran. Afortunadamente, cada vez les hacemos menos caso.    

  

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