Los que siguen este blog saben que el libro en que se basa da mucha relevancia a la Unión Europea. Es la primera vez que se levanta un sistema institucional diseñado para superar las limitaciones del estado nación, el modelo de organización humana dominante. De su éxito depende mucho la capacidad de abordar sistemas de gobernanza colectiva que puedan extenderse a otras latitudes y sean más adecuados para la situación histórica que vivimos. Somos muchos, estamos muy conectados y ponemos en riesgo el planeta con nuestra forma de consumir.

Los primeros pasos hacia la UE, el Mercado Común, se dirigieron a crear un área sin aranceles, que empezó por el carbón y el acero. La progresiva integración económica fomentó el desarrollo de los socios y abrió puertas a la coordinación política. El proceso comienza en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, que causó terribles daños, especialmente en el continente donde se inició y se combatió con más saña. El comercio, como describía Adam Smith hace 250 años, facilita el crecimiento económico y la defensa de la libertad. Se ponían las bases para que el horror de la guerra no se repitiera.

Sin embargo, ahora tenemos otra guerra expansionista en el este de nuestro continente que amenaza con enquistarse. El mundo vuelve a estar en un momento tenso, de lo que no hay mejor prueba que el aumento del gasto militar, como se puede ver en el gráfico que se recoge al final, tomado de The Economist. En él se observa que los países europeos integrados en la OTAN dedican más recursos a este capítulo que China o Rusia. Incluso retirando los del Reino Unido estaríamos a la altura de esas potencias.

Como ya he indicado alguna vez, la defensa debería formar parte de una Europa cada vez más integrada. Es quizá el escalón que falta para consolidar la UE y su papel como referencia internacional. Hasta ahora se habla sólo de coordinación y se deja en manos de la OTAN la capacidad operativa real, con lo que entregamos de hecho nuestra seguridad exerior a los EEUU. Habría que buscar una solución propia, aunque siguiera existiendo un tratado de colaboración con la superpotencia americana en el espacio de defensa.

En estos meses, bajo presidencia española, la UE ha conseguido avances en las reglas de comportamiento fiscal, tema importante por disponer de una moneda y un presupuesto comunes y por la conveniencia de limitar la excesiva competencia entre los socios para captación de inversiones y patrimonios. También se ha logrado establecer una política europea de inmigración, ante la creciente presión de los millones de personas necesitadas que habitan nuestra vecina África. Lo conseguido en este campo es insuficiente, se ha visto frenado por la creciente presión de las derechas radicales.

El alza del populismo antiinmigrantes se da en muchos lugares, no sólo de Europa, donde un partido de esa línea ha sido el más votado en las recientes elecciones de Holanda. En general, estas agrupaciones tienden a ser anti europeas, porque sobrevaloran los rasgos patrióticos y la capacidad de cada nación de gobernarse a sí misma. Son organizaciones que buscan en la vuelta al pasado las soluciones del futuro y su mensaje encuentra arraigo en capas de población que tienen miedo a la mayor apertura exterior y se aferran a valores tradicionales.

La construcción de una Europa más fuerte, se enfrenta a un creciente número de enemigos dentro como la francesa Le Pen, el holandés Wilders, la alemana Weidel, nuestro Abascal o el húngaro Orban. Éste último lleva dos decenios de primer ministro y torpedea con frecuencia las decisiones colectivas. Tampoco haría gracia a los grandes estados nación (China, India, Rusia o la línea más conservadora de lo republicanos de los EEUU) que Europa aprovechara su potencial para alcanzar más protagonismo internacional desde la colaboración entre todos y la defensa de la democracia y los derechos humanos.  

El entorno actual no ayuda a avanzar hacia un sistema militar europeo, con funciones esencialmente defensivas. Entre la comodidad de delegar en los norteamericanos nuestra seguridad y la afición a celebrar los eventos nacionales con profusión de desfiles y banderas, el reto que plantea mi reflexión de fin de año es difícil. Pero la UE no debería renunciar a ser un actor político importante, le hace falta a ella misma para combatir los picores nacionalistas internos y le hace falta al conjunto de la comunidad internacional, que se enriquecería con el pleno desarrollo de un modelo exportable a zonas de países medios y pequeños donde hay demasiado uso de armamento para resolver discrepancias.   

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