Vivimos en un país marcado por la cultura católica, que constituye un importante substrato ideológico de nuestra construcción nacional tras más de siete siglos de guerra, más o menos intensa, justificada por divergencias religiosas centradas, sobre todo, en el misterio de la Santísima Trinidad. La mentalidad que nos une se manifiesta, por ejemplo, en el desprecio a los bancos, los nuevos judíos, que atesoran dinero y cobran intereses. Negociar con dinero está mal visto y a algunos no les importaría disponer de una nueva versión de la Santa Inquisición para hacérselo pagar caro a esos explotadores del pueblo.   

Se estudia un impuesto sobre los bancos porque el alza de tipos de interés ha disparado sus beneficios, como la subida del precio del acero hace dos años infló los de las empresas siderúrgicas o la de la leche en los últimos meses aumentó las ganancias de los ganaderos gallegos, tras muchos años de pasarlo mal. Que suban los precios está mal, la gente se ve afectada y la línea más bolivariana del ejecutivo (la foto que preside la entrada es de La Habana) quiere regularlos por decreto: alimentos, alquileres, intereses… Eso siempre genera distorsiones en la economía, es mejor dar subvenciones a los más necesitados o rebajar el IVA, como se está haciendo con algunos productos alimentarios.

Lo de los bancos merece capítulo aparte. Primero, los intereses no están en niveles excesivos todavía, tenemos mala memoria. Los que apostaron por hipotecas a tipos variables se beneficiaron muchos años de muy buenas condiciones y ahora toca rascarse el bolsillo. La situación coyuntural es delicada y la morosidad se va a incrementar. El banco central debería obligar a los bancos a realizar provisiones fuertes con los mayores ingresos de que disfrutan para que puedan absorber sin ayudas públicas los problemas de riesgo que llegarán, es más sensato que crear un impuesto específico para una actividad concreta.

La mala memoria es congénita en temas que afectan a nuestra identidad cultural. Hemos olvidado que la animalada de casi 70.000 millones que costó el saneamiento del sector financiero la década pasada no se debió a los bancos, por mucho que se diga ahora, sino a las cajas de ahorros, aunque alguna tuviera tiempo de convertirse en banco antes de explotar. Los bancos no costaron un duro, no deben nada por ese concepto, aunque algunos se lo achaquen. Un error derivado de la mala conciencia, pues la mentalidad de antes consideraba que las cajas eran mejores, porque no eran de nadie. Ese fue el problema estructural que generó el desastre, además de la ineficiencia del Estado, es decir del Banco de España que, al parecer, no se enteraba de lo que pasaba, había demasiados amiguetes. Los que manejaban las cajas eran empleados, directivos, políticos y sindicatos, que repatrían sueldos, dietas, tarjetas black, comisiones, puestos en consejos que se reunían en hoteles de lujo del Gran Canal durante el Carnaval de Venecia… Y mucha financiación inmobiliaria, alguna para pelotazos de amigos.

No nos interesa ver lo que contradice valores ancestrales. Ahora, un excomunista como Ramón Tamames parece que va a encabezar la moción de censura que prepara Vox. Como vemos en Rusia o en China, los fascismos de derecha e izquierda se parecen y en España se refuerzan con el substrato católico. Lo importante es la unidad y obedecer a Roma, que aquí se llama Madrid. Muchos toleran mal la diversidad, la autonomía fiscal, que se hablen otros idiomas además del latín, perdón del español… Son herejías, hay que prohibirlas, hay que manifestarse en contra, como el pasado 21 de enero. El sagrado objetivo de la patria uniforme, y si hace falta uniformada, tolera una alianza entre falangistas y comunistas.

Llevo varias entradas alertando sobre el riesgo de mezclar nacionalismo y religión, aunque sea practicada por descreídos. El barullo por la subida de los intereses me recuerda lo que expliqué de Erdogán en la entrada del pasado día 26: no quiere subir intereses. Dice que eso va contra la doctrina del islam y así tienen una inflación por encima del 80%. La mezcla del precio del dinero con secretas tramas de raíces judías, hace desconfiar a musulmanes y católicos. En eso coinciden, ven usura por todas partes. 

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