El domingo 10 de marzo, más de un millón de portugueses dieron su voto a la ultraderechista Chega, que podemos traducir por Basta, línea política en alza en muchos lugares, como veíamos en la entrada anterior. Normalmente les votan las zonas más atrasadas, por miedo a una globalización que cuestiona valores culturales, raciales o productivos. En Iberia, de norte más industrial y avanzado y sur más agrícola y atrasado, los más conservadores tienen superior impacto en la zona meridional, que tiende a estar subvencionada por el norte y teme también perder recursos si se cambian las reglas de juego. Chega ganó en el Algarve. Aquí, Vox es más fuerte en el centro sur y prácticamente inexistente en las nacionalidades históricas.

Los romanos colocaron en provincias diferentes, Gallaecia y Lusitania, la dialéctica territorial de nuestros vecinos, que se ha visto reforzada, desde entonces, por la concentración de la población en torno a Lisboa y Oporto. El mapa por distritos de los resultados electorales del día 10 en el Portugal continental, que refleja la fuerza política ganadora en cada lugar y recojo al final, está influido por esa realidad. Como acababa de hacer Galicia unos días antes, el norte se inclinó mayoritariamente por la derecha, Alianza Democrática, reflejada en color más claro. El sur, salvo el Algarve, donde ganó Chega, votó mayoritariamente socialista.

La entrada del país en la UE, simultáneamente con España, provoca que la Gallaecia Bracarense, origen de Portugal, tienda a converger con la Gallaecia Lucense, la actual Galicia. Un proceso que ha sacado a ésta de su situación de aislamiento dentro de una España cerrada, por lo que ahora tiende a crecer más. Después de nueve siglos, Galicia vuelve a sentirse norte. El área septentrional de Portugal también se beneficia de una nueva realidad, que traslada a Oporto el centro de la parte más dinámica del eje atlántico. Como reflejaba en mi entrada del 1 de febrero pasado, el miedo de Lisboa a situarse, de hecho, en el límite sur de esa zona y a perder liderazgo económico, justifica, por ejemplo, la alianza de su alcalde con la presidenta de Madrid para presionar a favor de dar prioridad a la comunicación ferroviaria entre las capitales, en detrimento de la conexión con Galicia.

Parece que el territorio que más apoya la regionalización apuesta por la línea política menos estatista, mientras que los más orientados a ejercer el poder desde una administración fuerte mandan en el sur. Portugal necesita descentralizar un aparato público demasiado pesado, lento e ineficiente, el principal problema del país. Lisboa se resiste y estas elecciones no han dado una mayoría clara, por lo que seguirán dejando el asunto para más adelante, como viene siendo habitual. Pero, mal que le pese a la capital, el afloramiento de la vieja división romana se acelera, presidido ahora por ciudades mucho más grandes que las demás. Una concentra casi todo el poder público, la otra se sostiene, sobre todo, en la sociedad civil.

La progresiva integración de Galicia en el espacio atlántico peninsular seguirá tirando de Portugal hacia el norte y agravando antiguas tensiones que se han ido reforzando por un centralismo que, cada vez, es menos central.      

 

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