En la entrada anterior analizábamos los problemas de Francia para regionalizar su compleja estructura administrativa y combatir los sobrecostes del centralismo, una tendencia que choca con la falta de una cultura de diversidad territorial suficientemente arraigada. Etiopia sufre un bloqueo parecido sobre una base etnográfica diversa, lo contrario que Francia.

Etiopía sólo formó parte de un sistema colonial entre 1936 y 1941, cuando la Italia de Mussolini la conquistó y pasó a llamarla Abisinia. Los italianos fueron expulsados durante la II Guerra Mundial y volvió a su cargo el emperador Haile Selassie, que siguió gobernando el país con mano de hierro y anexionó la vecina Eritrea mediante un pacto federal (1950). Un golpe militar le derrocó en 1974. Un entorno pobre, con grandes hambrunas periódicas, sufre de diversidad. Eritrea volvió a separarse en 1994 y Etiopía se dotó de una Constitución federal, que reconoce la autonomía de las regiones con bases étnicas diferentes, aunque el afán de dominio de la mayor de ellas, amhara, impidió su desarrollo. La reconciliación con Eritrea y la armonización democrática de su país permitió que el “eterno” primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, recibiera el Premio Nobel de la Paz en el 2019. La ONU se precipitó.

La frustración de no contar con un autogobierno suficiente llevó a una zona del norte, Tigray, a iniciar una guerra de independencia con la oposición tanto de Etiopía como de la vecina Eritrea que tiene también su propia población tigre. La táctica elegida este año por los ejércitos etíope y eritreo para someter la región pasa por cortarle el suministro de alimentos y provocar una hambruna, reforzada por una mala cosecha. Están muriendo de hambre miles de personas, además de las que caen por la guerra, las matanzas de civiles y los actos terroristas, como la madrileña María Hernández, cooperante de Médicos sin Fronteras, que fue asesinada hace 15 días. Esa misma semana, un informe de una entidad avalada por la ONU cifraba en 353.000 las personas en fase 5 de hambre (catástrofe) y 1,8 millones en fase 4 (emergencia). Tigray es la mayor contingencia sanitaria del planeta en estos momentos, a consecuencia da la falta de alimentos provocada como táctica militar por el ejército de un premio Nobel de la Paz.

El llamado Cuerno de África es un área de interés estratégico donde confluyen etnias y religiones en Estados de base artificial. Es el caso de la vecina Somalia, que ya se ha dividido en tres: Somalia, Somalilandia y Puntlandia, aunque no todos los países reconozcan a alguno de ellos. A los efectos de este blog (“Más allá del Estado Nación” es el capítulo más largo del libro que le sirve de apoyo), además de lamentar el enorme daño que se está produciendo en la zona, interesa subrayar las dificultades que la situación de la Humanidad, mucho más interconectada, crea al modelo de Estado nación, la base institucional de la soberanía y del uso legítimo de la fuerza. Concentración de poder en el aparato y tensiones de base, muy claras donde el modelo llegó tarde y no se ha consolidado como en casi toda África, son fuerzas que incitan a la violencia y la radicalización.

El remedio debe ir en la línea de reforzar las estructuras supranacionales y adoptar una organización interior más diversa y flexible. Puestos a soñar, el futuro del Cuerno de África podría ser una especie de confederación de pequeños países, tutelada inicialmente por la Unión Africana, que facilite su integración comercial y progresiva armonización política. Es mejor que se apunten a la fase que Europa desarrolla ahora y se olviden del modelo anterior que les vendimos: el duro Estado nación con sus estructuras de base cultural unificada y grandes aparatos que las administran. Carecían de experiencia en ambos aspectos, pero era lo único de que disponía el recetario institucional de la época. Nunca llegaron a disfrutar de una dosis suficiente de esa medicina, el Estado nación unitario, para poder organizarse bien. Francia, por el contrario, padece sobredosis. Los africanos deberían pasar directamente al tratamiento más moderno, los franceses aún están en fase de desintoxicación.  

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