La reacción de la parte más moderna, urbana y europea de su país no ha podido evitar, por poco, que Erdogan repita mandato, tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 28 de mayo. Lleva 20 años al frente de Turquía, primero como primer ministro y, desde el 2014, como Presidente, después de cambiar la Constitución de modelo parlamentario a presidencialista, con más poder para el máximo dignatario, elegido directamente por el pueblo. Es el sistema preferido por los que tienen voluntad autoritaria, que además tienden a saltarse la limitación de mandatos, precaución necesaria para evitar una deriva dictatorial en estos regímenes.

En los próximos 5 años veremos más de lo mismo: Erdogan, Corán en mano, apoyando a la variada fauna de autócratas en su zona, limitando la libertad de expresión y los derechos de las mujeres y los colectivos LGTBI. Continuará persiguiendo al Partido Democrático de los Pueblos (HDP) que responde a los deseos de la minoría kurda de contar con más autonomía. Un territorio (zona este, capital Diyarbakır) donde el otro candidato a Presidente, el popular alcalde de Estambul Kemal Kilicdaroglu, consiguió vencer. Lo mismo ocurrió en las zonas más occidentales y las grandes ciudades (ver mapa). El HDP acabó con la lucha armada en el Kurdistán turco y presenta listas con igual número de hombres que de mujeres, incluyendo en ellas a miembros de la comunidad LGTBI. El macho alfa nacionalista Erdogan no los soporta, los acusa de terroristas y los encarcela a miles.

Lo que digo de Erdogan se puede decir de Putin, cambiando Corán por Biblia, versión ortodoxa rusa, y kurdos por ucranios. Dirigentes nacionalistas, apoyados en la religión, añorantes de imperios disueltos, que presiden países a los que enardecer apelando a la recuperación de espacios próximos que consideran suyos. Por eso se llevan tan bien, por eso Erdogan bloquea la entrada de Suecia en la OTAN, alegando que no le entrega a refugiados políticos kurdos que considera terroristas. Ambos utilizan las elecciones como una simple liturgia de legitimidad democrática.

En setiembre, Putin pretenderá validar sus conquistas en el este y sur de Ucrania mediante elecciones amañadas en esa zona en las que votaría, sobre todo, la minoría pro rusa bajo la vigilancia de los fusiles. Eso si llega hasta allí con capacidad, en Moscú y en el campo de batalla, para poder hacerlo. La corta sublevación del grupo Wagner es prueba de que las cosas se complican para el nuevo zar como para su amigo, el sultán turco, que ha estado a punto de perder unas elecciones

Los salvapatrias que quieren retornar a un pasado glorioso están en ascenso en muchos lugares. La causa de su popularidad entre los segmentos menos cultos de la población es la crisis del estado nación, difícil de adaptar a un mundo muy poblado e interconectado (último capítulo de mi ensayo). La integración supraestatal de Europa, un camino para ir superando esa crisis, encuentra resistencias. El populismo nacionalista está en alza. Lo vemos también aquí y fue la raíz del Brexit. Los que lo apoyan deberían observar los claros efectos negativos para el Reino Unido que ha tenido su salida de la UE y la erosión de las libertades en los Estados del Este.

Si pensamos que la UE puede ser una alternativa de organización institucional que abra esperanzas de un futuro más sensato, promoviendo el ejercicio de los derechos democráticos y la protección de los equilibrios ecológicos, tiene que avanzar en una defensa común. Nos lo recordaba hace unos días el expresidente de la Comisión, José Manuel Durâo Barroso, en una conferencia que ofreció en Madrid. Dijo que, empujada por la invasión de Ucrania, una UE “resiliente” estaba abandonando su “adolescencia geopolítica” y daba pasos en la dirección de lo que pedía el Tratado de Lisboa (2009): desarrollar la identidad europea en seguridad y defensa.

El problema principal para avanzar en esa dirección es la existencia de la OTAN. Resto de la Guerra Fría convertido en mecanismo de los EEUU para someter Europa a su liderazgo y disculpa para que Putin justifique su expansionismo, con la aviesa colaboración ¡desde dentro de la OTAN! de su amigo Erdogan. Hay que empezar a planificar cómo desmontar un tinglado al que ya no se deberían incorporar nuevos miembros y estar preparados para abordar los cambios al terminar la guerra de Ucrania.

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