El líder turco, un islamista profeso y autoritario, está al frente de una antigua potencia colonial en una zona conflictiva. Piensa que le favorece la situación que ha creado Rusia en su actual “guerra de Crimea”. La primera, a mediados del XIX, se recoge en el plano de Le Monde Diplomatique que figura a continuación. En él vemos los imperios terrestres que dominaban el este europeo y que, no me canso en repetirlo, son el origen de todos los conflictos armados que el continente ha sufrido desde entonces.

El nuevo sultán otomano ha logrado un papel de mediador ante Putin, con el que comparte la nostalgia de tiempos imperiales y la poca afición a someterse a reglas democráticas, que le da capacidad negociadora con Occidente, deseoso de abrir vías de contacto con el dirigente que ensangrienta Europa.

El primer objetivo de Erdogán es someter la diversidad interior que representan, sobre todo, los kurdos, cuya presencia se extiende más allá de las fronteras turcas. En estos meses, su determinación tiene además un interés electoral. El país celebrará elecciones presidenciales en mayo y los pronósticos no son muy favorables para Erdogán, que lleva 20 años en el poder, 11 como primer ministro y luego como presidente, tras forzar un cambio constitucional hacia un sistema presidencialista sin limitación de mandatos. El marco institucional que gusta a los que aspiran a líder totalitario vitalicio, otro motivo para sentirse cómodo con Putin.

Con la mediación del ruso, se ha reunido con otro sátrapa de la zona al que estaba enfrentado, el sirio El Assad, para firmar un acuerdo estratégico con dos objetivos: cortar la llegada de refugiados de Siria, que le desgasta ante la opinión pública, y realizar una nueva ofensiva militar contra las milicias kurdas, cuando su ejército ocupa ya en el norte de Siria 9.000 kilómetros cuadrados de territorio con mayoría de esa etnia. A nivel interior, intenta expulsar del juego democrático al HDP kurdo, el tercer partido por número de diputados en el Parlamento. Quiere bloquear sus cuentas  en los tribunales, acusándole de apoyar el terrorismo. La mayor parte de los ayuntamientos que gobierna el HDP están ya intervenidos por el Estrado, el partido tiene a miles de afiliados en la cárcel, junto a sus dos principales dirigentes históricos.

 El asunto no termina ahí, también presiona a la principal fuerza de la oposición, el CHP de centroizquierda, a cuyo popular alcalde de Estambul, Ekrem Imagogu, posible rival para la presidencia, intenta inhabilitar en los tribunales, una rama del poder  democrático que se ha esforzado en controlar todos estos años. Pero en Turquía aún hay un nivel de libertad que le hace estar mal posicionado en las encuestas para las elecciones de mayo.

La gente está cansada, sobre todo por la mala situación económica, presidida por una inflación muy alta (del orden del 85% ahora) y una permanente caída de valor de la lira turca, que realimenta la subida de precios. Erdogán se niega a que su banco central, al que también ha retirado independencia, aumente los tipos de interés porque, dice, va contra el islam. Es más, el año pasado le obligó a bajar del 14 al 9% el interés básico. En el fondo le preocupa que la medida frene la economía y aumente el descontento. Negar procedimientos probados para enfrentarse a la realidad es típico de los extremistas religiosos. La inflación allí es endémica, como en la Argentina, también contaminada de populismo. Reproduzco un billete de 20 millones de liras, 10 euros entonces, que conservo de mi primera visita a Estambul en diciembre de 2004 y que el 1 de enero siguiente retirarían de circulación para sacarle seis ceros. Para un interesado en asuntos monetarios, la situación de la lira turca fue un plus de aquel viaje a una ciudad que tiene mucho que ver.

 Va a seguir habiendo tensiones en Turquía y alrededores durante estos meses, Erdogán jugará duro. Está resistiéndose también a aceptar la entrada de Suecia en la OTAN porque exige a cambio que el país nórdico le entregue a militantes de fuerzas kurdas que se han tenido que exiliar allí. Un veto reforzado por la quema de un ejemplar del islam ante la embajada turca realizada por un ultraderechista sueco, la semana pasada.

Su actitud ante el Kurdistán es la misma que tiene Rusia en territorios próximos que formaron parte de su imperio. Pero también empieza a emular a China y se ha creado un pequeño Taiwan que podría invadir, impulsado por su voluntad totalitaria, si ve peligrar el resultado electoral y quiere exaltar el alma patriótica del electorado. Se trata de una islita de unos cientos de habitantes pegada a la costa occidental turca, Kastellorizo, cuya soberanía reclama a Grecia, país también en la OTAN, junto a la de otros minúsculos islotes. La incorporación de Kastellorizo permitiría a Turquía realizar una gran extensión de sus aguas territoriales en el Mediterráneo, como se observa en el plano siguiente, tomado de The Economist.

Esperemos que el sátrapa de 75 años no haga demasiadas  tonterías para seguir en el poder y poder celebrar, en octubre y bajo su Presidencia, el centenario de la república turca, fundada por el general Atatürk. Sería injusto porque intenta, desde el autoritarismo, el expansionismo y el islam, volver al siglo XIX para acabar con la línea laica y proeuropea que Atatürk dejó y ha traído prosperidad y libertad a los turcos, especialmente a las mujeres. Hasta mayo, habrá que estar muy pendientes de este sultán vocacional, compendio de todos los vicios que nos impiden adaptarnos a la actual situación de la Humanidad, más abierta, más diversa .

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