Hace un mes se celebró en Brunei la cumbre anual de ASEAN, la asociación de naciones del sudeste asiático, una organización que tiene más de liturgia que de plataforma para acciones conjuntas, salvo periódicas declaraciones sobre temas que afectan a la zona. Su propia diversidad política no les ayuda, desde la monarquía absoluta del país anfitrión este año, a la insuficiente democracia de Singapur o de Filipinas. Les ha pasado de todo: frecuentes golpes militares (Tailandia), guerra civil (Vietnam) y persecuciones y matanzas religiosas (Indonesia). Si han sobrevivido desde el lejano 1967 en que se formó es quizá porque han respetado mucho la situación interna de cada uno. Pero algo está cambiando.

No ocultan que les inspira el modelo de la Unión Europea por lo que, a efectos de las preocupaciones que recoge mi libro, es una agrupación de países a observar. Representan un camino para ir superando limitaciones del estado-nación que en aquella zona tiene menos arraigo que en Europa.

El episodio de limpieza étnica en Myanmar, que afectó a la minoría rohingya de religión musulmana en 2017, supuso un desafío a la unidad formal del grupo y a su política de no intervenir en asuntos nacionales. Los países de orientación musulmana (Malasia, Indonesia, Singapur y Brunei) objetaron. El golpe militar del general Min Aung Hlaing, en febrero de este año, captó el foco otra vez y la ASEAN acordó enviar una delegación para hablar con las partes, los militares y el partido del gobierno elegido liderado por Aung San Suu Kyi, premio nobel de la paz. Se trataba de ayudar a conseguir una solución que estabilizara el país.

Como los golpistas no recibieron a sus enviados, ASEAN decidió negar al general que los dirige la asistencia a su última cumbre. Un hecho inusitado en la tradición de mirar hacia otro lado en temas interiores de los miembros. Esta vez era demasiado, los golpistas, que no consiguen controlar una creciente resistencia interna, ningunearon a la agrupación supranacional.

Parece que el grupo intenta iniciar una nueva etapa, empujada por el temor a quedarse de meros espectadores de la creciente presencia de Pekín en el sur del Mar de China, frente a sus narices. Tampoco les ha gustado que los EEUU, sin contar con ellos, hayan decidido aliarse con Japón, Australia y Reino Unido para coordinar medidas que frenen las ambiciones expansionistas de la superpotencia asiática.

Sería importante que este conjunto de países vecinos, muy diversos en muchos aspectos, fueran capaces de tomar medidas para forjar una coordinación real y una política exterior efectiva además de intentar ir organizando un mercado interno común. En total representan a 600 millones de personas. Si fueran un solo Estado, sería el tercero más poblado del mundo y con una economía muy dinámica. Ayudaría a estructurar mejor el peso político de todos los agentes involucrados en una zona estratégica del planeta, objeto de tensiones que les empujan a salir de una actitud demasiado contemplativa.

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