Continúo con el calentamiento global, que tan nítidamente apreciamos al principio de un otoño que prolonga un verano de temperaturas récord y en esa foto de los glaciares de Groenlandia diluyéndose en el mar. Como exponía en la entrada anterior, la Tierra nos condena al infierno por portarnos mal. El alimento principal de lo que nos ocurre es la combustión de materiales fósiles para producir energía. Liberan dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera y son los agentes principales del cambio climático, reforzando tendencias cíclicas y fenómenos recurrentes como el del Niño en el Pacífico Sur, que este año viene agresivo.

El más popular de los minerales que quemamos es el petróleo, por eso lo empleo como referencia, aunque también juegan el gas y el carbón. Éste se concentra en centrales térmicas que son más fáciles de controlar -petróleo y  gas se consumen en coches, camiones, empresas, hogares…- lo que permite asistir a pasos relevantes, como el del día 4, cuando se apagó la enorme central de Endesa en As Pontes, después de 47 años contaminando mucho, sobre todo en su larga etapa de quemar lignito hasta  agotar las reservas de la vecina mina a cielo abierto. El mismo día, sabíamos también que Alemania reactivaba tres centrales de carbón para cubrir el aumento de demanda energética del invierno. Se van eliminando, pero poco a poco.

El petróleo nos amarra a un pasado de desarrollo económico con energía barata que impulsó el nivel de vida de Occidente. Eliminarlo va a llevar más tiempo del que se pensaba cuando la comunidad internacional empezó a ocuparse del problema (Convención Marco de la ONU, Nueva York 9/5/92) y luego fijó metas en los Acuerdos de París de 2015. De seguir como vamos, va a ser imposible lograr el objetivo principal: mantener  el aumento de la temperatura media de la atmósfera por debajo de 2 grados sobre el período preindustrial (1850-1900). Europa pelea por cumplir los deberes, pero China y los EEUU, que representan el 40% mundial de las emisiones, no están tan involucrados. Son un mal ejemplo para los países menos desarrollados que encuentran en ellos razones para aplazar cambios dolorosos, consecuencia de un problema que ha beneficiado a los más ricos. Van a necesitar que aportemos bastante dinero para ayudarles y en eso son, una vez más, los principales países europeos los que están contribuyendo de forma significativa. Europa aún se basa en leyes democráticas y la colaboración estable entre Estados.  

El petróleo es también el motor del bloqueo político en que está entrando la Humanidad y la conduce marcha atrás, liderada por derechas radicales y líderes autoritarios. Una situación que viene reforzada por la extensión de la vetocracia que denuncia mi ensayo, consecuencia de crecientes acumulaciones de poder que escapan a las reglas del estado de derecho o de la competencia. Tejas, el estado de los EEUU que más crece, es una referencia de lo que pasa. Representa el éxito de la línea más extremista del Partido Republicano, el que niega el efecto invernadero por la combustión de los crudos en que basa su riqueza. La vuelta de Trump a la presidencia en 2025, puede ser un desastre, entre otras cosas, para el medio ambiente.  

En el resto del mundo, la producción de materiales combustibles mantienen al fascista  ruso en el poder, mientras invade países vecinos y nos amenaza con represalias nucleares. También permite que los sátrapas medievales de la península arábiga se pavoneen comprando equipos de fútbol y organizando eventos deportivos. El petróleo es la base de la influencia de ambos sobre China o la India que lo necesitan. Rusia y Arabia Saudita mantienen un acuerdo desde hace unos meses para reducir la producción de crudo y forzar un alza de precios que a ellos refuerza y a los demás debilita.

El olor a petróleo iraní, ese que ayuda a viejos exaltados a someter a su pueblo y especialmente a las mujeres, se aprecia en el ataque de Hamás a Israel y de la nueva guerra en Gaza. A los ayatolas de Teherán no les gusta que los saudíes pretendan normalizar relaciones con los judíos y les fuerzan a tomar partido en un conflicto incentivado también por la obsesión de ocupar territorios palestinos del gobierno sionista radical de Tel Aviv.

El proceso se retroalimenta, el crudo quema nuestra atmósfera y ataca los sistemas democráticos, el marco de apertura comercial, el respeto por los acuerdos internacionales, el rechazo a la agresión militar y la protección de los derechos humanos. Estamos involucionando, debemos pensar en ello cuando usamos el coche o regulamos la calefacción o el agua caliente. Todos influimos.

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