La radicalización de la política española confluye con fenómenos similares que se extienden por el planeta, con características propias en cada país. Una tendencia preocupante que se alimenta del desgaste del estado nación, el modelo organizativo predominante. Las unidades políticas, que costó construir y tienden a considerarse sagradas, se tensionan ante el ejercicio de una libertad extendida a más dimensiones (género, territorios, grupos culturales…), dentro de un marco internacional donde la gente, las mercancías y las ideas se mueven mucho y las fronteras se hacen más porosas, mientras algunos (Xi Jinping, Putin, Netanyahu…) aún buscan redibujarlas. Con el agravante de que los enfrentamientos sociales son ahora fáciles de manipular desde sistemas de comunicación que escapan al control de los propios Estados.

La ciudadanía es más diversa y a veces cuestiona cosas consideradas intocables. Eso explica que suba la popularidad de los defensores de vueltas atrás, de la mano muchas veces de fuerzas con instinto totalitario, que culpan a las libertades públicas de poner en peligro los valores culturales comunes y disgregar la nación. La tensión entre un entorno fluido y un marco institucional rígido, donde muchos conservan capacidad de frenar cambios, está en la base de mi ensayo, que analiza lo que pasa y sugiere soluciones para adaptarnos a la realidad del S. XXI.

En nuestro continente contamos, además, con un proceso de convergencia supranacional. La Unión Europea es el primer intento de la Humanidad de superar limitaciones de las instituciones heredadas, a las que, con frecuencia, no les hace demasiada gracia por lo que supone de limitación de la soberanía nacional. Después de unificar la moneda y, ante el conflicto de Ucrania, Europa debería avanzar en un sistema común de defensa, otro desafío para el concepto tradicional de soberanía.

España tiene aún escasa tradición democrática y muchos de sus usos y convenciones organizativas proceden de tiempos en que estuvo encerrada en sistemas autocráticos, con excesivo peso eclesiástico y militar. Las raíces de lo que está pasando con la amnistía a los impulsores del procés son variadas. La principal es que parece chocar con la visión más centralista de la nación, muy popular en la mayor y más influyente ciudad del país, que fue creada de la nada por decisión soberana, concentra mucho poder y no desea perderlo. Los adalides de esas ideas se cansan de hablar de unidad e igualdad, que, en la práctica, se traducen por centralismo y uniformidad. Una Administración muy centralizada también gusta a grandes cuerpos funcionariales como jueces o inspectores de hacienda.

No me voy a extender mucho porque el tema es complejo y lo he tocado otras veces en el blog. Es preocupante la tendencia del principal partido de la oposición, que parece cada vez más próximo a la ultraderecha. Han llegado a comparar el acuerdo de los partidos ganadores de las últimas elecciones con el golpe de Tejero. El ambiente se está calentando, sobre todo en la capital donde extremistas marginales han proferido gritos y entonado cánticos de tiempos muy oscuros y han intentado ejercer la violencia contra personas y medios de comunicación. Me temo que las manifestaciones de mañana convocadas por el PP en todas las capitales de “provincia” (un criterio que indica su forma de ver este país) se llenen de gruesas descalificaciones de lo pactado para llegar a una mayoría estable.

Al madrileño presidente Sánchez le ha costado mucho conseguir los votos para ser reelegido. Pero su postura es legítima ya que emana de un resultado electoral y lo que tenga que legislar deberá pasar por Congreso y Senado, incluida la ley de amnistía. Tiene enfrente una soliviantada oposición en los partidos más conservadores, la judicatura, parte del cuerpo policial-militar y miembros destacados de su propio partido, con visión centro sur.

Esperemos que la amnistía ayude a recuperar la estabilidad política, la economía y la convivencia en Cataluña, muy perjudicadas por la senda asilvestrada que tomaron los partidos nacionalistas, especialmente Junts, tras la derogación del estatut del 2006 por una sentencia del Constitucional, con mayoría de un solo un voto, tras recurso del PP, después de que lo hubieran aprobado las cámaras y un referendo. Sería positivo que el esfuerzo de diálogo al que se han comprometido los partidos que apoyan la investidura nos ayude también a avanzar hacia un Estado de tipo más federal, con rasgos confederales, al menos para las nacionalidades históricas. Es lo que este país necesita para vivir en democracia dentro de la Unión Europea.

Únete a la conversación

2 comentarios

  1. Más bien es el psoe quien ha bajado a los albañales de los nacionalismos perifericos. A los hechos y no a la «literatura» me remito.

    1. La tensión política toma energía en una idea de España procedente de épocas oscura, con mucho arraigo en la principal y más influyente ciudad. En la entrada posterior me rio un poco de esas coincidencias temporales que a veces ayudan a explicar el contexto que respalda esa visión tradicional de patria común.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *