Los más poderosos perecieron al estallar por la presión el submarino que los llevaba a visitar los restos del Titanic en las profundidades del sector occidental del Atlántico Norte. La búsqueda emprendida por barcos y aviones de las guardias costeras de los EEUU y Canadá con ayuda de unidades especializadas de Francia y el Reino Unido sólo ha servido para certificar la catástrofe. La espectacularidad de lo ocurrido ha mantenido el interés de los medios de información durante varios días en los que el suceso ocupó primeras páginas de periódicos y la apertura de los informativos de televisión.

Pero la gran tragedia, la de centenares de pobres que buscaban mejorar sus vidas, ocurrió en el mar Jónico unos días antes. Se hundió un pesquero cargado de inmigrantes ilegales y sobrevivieron algo más de cien varones cuando algunas estimaciones hablan de 700 embarcados. Los supervivientes iban en cubierta y pudieron aguantar en el mar hasta que los rescataron. La peor parte la llevaron los que iban amontonados en las bodegas, bastantes eran mujeres y niños. Como los caídos hace un año intentando saltar la valla de Melilla, no se sabrá nunca cuantos eran, pero muchas familias los han perdido para siempre. Los medios que podían ayudar, muchos menos de los utilizados en el caso de los ricos visitantes del Titanic, estuvieron dudando a quien correspondía hacerlo y no actuaron a tiempo. Un responsable de Médicos Sin Fronteras afirmó que la tragedia  “era previsible y evitable”, y consecuencia de “las políticas europeas de rechazo y de falta de cuidados hacia las personas”.

Lo ocurrido en aguas griegas con los inmigrantes ilegales, mayoritariamente paquistaníes, mereció menos atención mediática, a pesar de afectar a muchos más seres humanos y a que podría haberse evitado si las autoridades responsables hubieran actuado correctamente. El grave suceso refleja las dificultades de la UE para poner sobre el terreno una política común eficaz. Los países ricos se quejan de que cae la natalidad, pero no ponen medios para regular la llegada de los que desean mejorar y cubrir así nuestro el déficit de población joven.

En estos dos naufragios el dinero tiene un papel decisivo y refleja las graves y crecientes injusticias del mundo en que vivimos. Unos arriesgan la vida porque tienen demasiado y piensan que pueden comprar viajes de ensueño a lugares donde no llega nadie. No me dan mucha pena, hasta después de muertos consiguen que estemos pendientes de ellos. Otros se la juegan porque tienen demasiado poco y buscan oportunidades, son parte de los miles de millones de desheredados de la fortuna que habitan el planeta.

 A éstos además les facilitamos el acceso a sus viajes peligrosos porque emitimos billetes, sin ellos se vendría abajo el negocio de las mafias que los explotan y sería más fácil regular la inmigración. Los 500 muertos son también  responsabilidad indirecta del BCE, por su obsesión de defender el papel moneda. Los billetes provocan miles de muertos al año en Europa, no sólo por  el tráfico de personas, también por el de drogas y armas, y los atracos. Va siendo hora de seguir el ejemplo de los países avanzados que programan su eliminación. Ya es posible y sólo exige un plan adecuado. Los que defienden el efectivo colaboran a que se perpetúen estas tragedias.

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