El gigante asiático, segunda economía y segundo país en población del planeta (en mayo cedió el liderazgo en este capítulo a India), ha tenido un agosto muy negativo en el plano económico. El crecimiento que se esperaba, después de eliminar las duras restricciones a la movilidad que se introdujeron contra la pandemia, no se está produciendo y parece que no se alcanzará el objetivo que fijó el gobierno de aumentar el PIB un 5 % este año.

La actividad se frena y en julio los precios cayeron – 0,3%. Las demás economías importantes luchan contra la inflación, mientras China se enfrenta a la deflación. Lo confirma también que, según una estimación independiente, los precios aplicados por las empresas exportadoras han bajado un 10%, lo que indica que se ralentiza su principal motor histórico, la demanda externa, afectado por las sanciones occidentales a causa de su apoyo a Rusia en Ucrania. Algunas multinacionales en el espacio de las nuevas tecnologías están trasladando producción de China a la India y el sureste de Asia.

Para compensar estas circunstancias negativas, el gobierno debería estimular la demanda interna con bajadas de tipos de interés, pero su banco central ha reducido su referencia de corto plazo en sólo un 0,1 %. Queda en el 1,9% a pesar de la inflación negativa. Eso provoca que, en la práctica, sea más caro ahora pedir un crédito y bajen las solicitudes. También sería conveniente aumentar el gasto público. Además de eliminar restricciones a la movilidad de las personas, entre otras. Lo hacen, pero también con timidez.

Las anteriores son recomendaciones de una política económica anti deflacionista de manual. Pero en China hay dificultades específicas que no veo que se analicen tanto en los medios. La primera es la alta tasa de ahorro y una inversión muy orientada al sector inmobiliario. que empieza a desinflar una burbuja especulativa. Una de las principales promotoras del país, Country Garden, ha incumplido dos vencimientos de bonos en estos meses y ha declarado unas pérdidas de 7.000 millones de dólares en el primer semestre, indicando además que es muy posible que no pueda hacer frente a sus deudas. Seguiría el camino de la segunda inmobiliaria china, Evergrande, con problemas desde el 2022, que acaba de declararse en bancarrota en los EEUU. Muchos clientes que han pagado una entrada para un piso se encuentran con que no se lo van a dar.

Fuera de la inversión directa en viviendas, los chinos depositan su ahorro en bancos, quizá por eso el banco central se resiste a rebajar más los tipos de interés. Teme que si los bancos reducen la retribución, los depositantes retiren parte de sus saldos, agravando la tensión de liquidez de los bancos, prisioneros también del sector inmobiliario, que amenaza con bajadas de precios por la caída de ventas. Este año, en las grandes ciudades, se colocaron un 28% menos de pisos que el pasado.

El otro gran cliente de los bancos es el Estado, financian la duda pública. La prudencia financiera del mundo oriental había llevado al PC chino histórico a endeudarse muy poco y a concentrar esa deuda en el interior, para impedir que su poder sea condicionado desde fuera. Casi no tienen deuda pública exterior, lo que nos tranquiliza, porque una crisis financiera allí afectaría poco al sistema financiero internacional. Pero Xi Jin Ping ha olvidado la prudencia oriental de sus predecesores y la deuda pública ha pasado de representar el 5% del PIB chino en 1992 al 77% en 2022. El Estado está también colgado del sistema bancario.

El peculiar funcionamiento de su sistema financiero traba la capacidad de China de salir de la trampa deflacionista. Hay demasiado ahorro invertido con criterios dudosos en bienes poco líquidos. La dueña de los depósitos es una población envejecida y los mayores temen perder los dineros que ahorraron toda la vida. Al autócrata que dirige China le será difícil desatascar las cañerías que trasladan recursos a las actividades más productivas, en vez de enviarlos a las que gustan en los despachos, sobre todo a la construcción que da lugar a ingresos “extra” de muchos políticos. Algo sabemos de eso aquí.

El bloqueo económico afecta al mercado de trabajo, limita las oportunidades que tienen los jóvenes. Han dejado de publicar el dato del desempleo juvenil, tras llegar al 21% en junio. El gobierno chino camina por una cuerda floja, todavía puede endeudarse algo más para aumentar el gasto y animar el consumo, pero, dada la situación de su sistema bancario debería, aunque no le guste, abrirse a emitir deuda externa y tener presencia en los mercados financieros occidentales, que disponen de más liquidez. Pero no sé cómo lo verían sus aliados a los que animan a promover la desdolarización del sistema internacional de pagos.

Les resulta difícil cambiar políticas, entran a regular todo con criterios burocráticos e ideológicos. La sed de control de Xi es, junto a la estructura del sistema financiero, la mayor dificultad para mejorar. Lleva diez años cambiando tecnócratas, capaces y bien formados, de los departamentos económicos por funcionarios leales. Si un dato no es favorable, como el del desempleo juvenil, deja de publicarse o pasa a maquillarse.  Malos días para Xi. A pesar de la represión y la censura, los jóvenes sin empleo empezarán a pedir su retirada. El riesgo para todos, especialmente para los vecinos de China, es que el líder sienta que su pérdida de popularidad desgasta el apoyo con que cuenta en el partido. Podría caer en la tentación de seguir el ejemplo de Putin y lanzarse a una aventura militar para sustentar su poder en la exacerbación nacionalista. 

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