El jefe en funciones trata de formar un grupo que se adapte a un programa común para dirigirlos varias temporadas. Lo tiene difícil. Los periféricos prefieren bailar suelto e incluso subirse por las paredes, acercándose o alejándose en imprevisibles contorsiones. Para contar con ellos ha tenido que olvidar excesos que cometieron en otras temporadas. Luego están los que gustan del agarrado. Tienen afición a agarrar puestos en el centro del espectáculo, como la que desea liderar a las mujeres, aunque a algunos/as aún les duelan los pisotones que les dio cuando bailó su melodía favorita, ”sólo el sí es sí”. Además de buscar también presencia relevante, otros que bailan muy juntos quieren sumar música del pasado, que programan viejos DJs desde burocracias sindicales o paraísos revolucionarios.

Llevamos demasiado tiempo en el palco de butacas esperando a que el grupo con más apoyos se ponga de acuerdo en un programa común en que todos renuncien a alguna de sus piezas elegidas, que para gran parte del público resultan estridentes. Son demasiados, difíciles de coordinar y los hay aficionados a salidas de tono. Aún así, parece que esta semana se lanzarán a la pista.

La otra solución es convocar otra vez a los espectadores a dar su opinión. Pero la gente también está dividida y no hay garantía de que elija un espectáculo estable. No obstante, muchos críticos musicales piensan que es algo que se planteará a lo largo de las cuatro temporadas que intentan contratar ahora, porque es un ballet poco consistente. Y el grupo alternativo debería abrirse un poco si quiere ganar. Hasta ahora, parece otra versión del agarrado tradicional, devota de la uniformidad (la llaman igualdad). Más que música de baile suelen ofrecer marchas, con alguna concesión al pasodoble y el chotis.

Mientras, desde el salón escuchamos, hacia el este, estruendo de confrontaciones de pandilleros irredentos, acompañados de salmos ortodoxos y semíticos, que no dejan que nos concentremos en lo nuestro. Las furgonetas de reparto se retrasan y empieza a escasear la cerveza, muchos ni siquiera pueden pagar la entrada y se agolpan a las puertas. Qué lío, y menos mal que vivimos en el barrio Europa.

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