El verano ha sido infernal de calor, batiendo récords en temperatura del agua y el aire, y el principio del otoño registra valores propios de los veranos de antes. Es como si nuestro planeta, nuestra querida Gaia (1) nos estuviera amenazando con el infierno por nuestros pecados. El principal es que no somos capaces de cambiar en la medida que es necesario.

Ese es el origen de las preocupaciones que dieron lugar al ensayo que sirve de base al blog. Su primer párrafo indica que, allá por 1800, cuando empezábamos a consolidar sistemas democráticos con equilibrio de poderes éramos unos 1.000 millones de personas. A mediados de este siglo, 250 años después, estaremos próximos a los 10.000, salvo catástrofes imprevisibles como una guerra nuclear, y la producción de bienes y servicios puede ser 250 veces superior a la de comienzos del S XIX.

Nuestra estructura organizativa básica, el estado nación, es menos adecuada ahora y  se ve desbordado por la dimensión e interconexión de las personas y los mercados. Se necesitan más organizaciones internacionales eficaces y limitar las dimensiones de los aparatos públicos en el interior de los estados. La UE es un primer ejemplo de evolución del modelo estándar de agrupación de ciudadanos. Pero observamos cómo están en alza los nacionalismos y los deseos de vuelta atrás (Europa lo sintió con el Brexit), especialmente peligrosos en los Estados más grandes que luchan por el mando del planeta con visión egocéntrica. El gasto militar está aumentando, síntoma inequívoco de las enfermedades que padecemos.  

La dimensión de las estructuras de poder y la proximidad de unos y otros ha generado una situación en que demasiadas organizaciones, políticas, económicas o de comunicación, tienen capacidad de frenar decisiones que les perjudiquen. La vetocracia es la palabra que algunos analistas e investigadores sociales utilizan para describir esa capacidad de bloqueo que nos atenaza e impide adaptarnos. 

Lo más urgente es combatir el calentamiento global,  pasando por encima de los que quieren volver atrás y se niegan a utilizar nuevas herramientas colectivas para solucionar graves problemas que nos afectan y que ellos niegan.  La clave está en aprender a vivir más juntos, limitar mucho la capacidad de veto combatiendo las acumulaciones de poder, extender la democracia y la capacidad de que las personas se organicen de forma autónoma y puedan intercambiar ideas y propuestas.  Algunas medidas recomendables se describen en mi libro. Siete años después de escribirlo, vamos a peor y aumenta el peligro de ser condenados al infierno sobre la Tierra.  

(1) La hipótesis Gaia es un modelo interpretativo que afirma que la presencia de la vida en la Tierra fomenta unas condiciones adecuadas para el mantenimiento de la biósfera.​ Según la hipótesis Gaia (cuyo nombre es tomado de la diosa Gaia), la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un sistema donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Gaia se comportaría como un sistema autorregulado, que tiende al equilibrio. La hipótesis fue ideada por el químico James Lovelock en 1969 (Wikipedia)

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