Hace unos días la ministra de transición ecológica, Teresa Ribera, informó que el Gobierno no entraba en el asunto de las luces decorativas, como ya hizo al comienzo del verano. Lo deja en manos de los alcaldes. El Plan de Emergencia Energética, aprobado el martes por el Consejo de Ministros, busca lograr un ahorro de hasta el 13% en el consumo de gas, pero sigue esa línea anticipada por la ministra. Estamos ante una nueva prueba del principal problema de los aparatos político burocráticos: les cuesta adaptarse, siempre tienen alguna razón para seguir igual.

No es serio que se actúe de forma blanda en el gasto superfluo cuando hay mucha presión sobre los ciudadanos y las empresas para restringir el consumo energético ante el invierno que se avecina. El atentado múltiple contra los gaseoductos, Nord Stream 1 y 2 que unen Rusia a Alemania, a través del Báltico, es otra evidencia de que estamos ante un desafío al aprovisionamiento de combustible convertido en arma de guerra. Por su parte, la pandilla de totalitarios que dirigen la OPEP acaba de aprobar una nueva reducción de la producción de petróleo, para seguir impulsando la subida de precios e intentar debilitar a los países democráticos, cuya mera existencia pone en relieve sus vergüenzas. No van a tener piedad.

En ese contexto dramático, cuando a mucha gente le faltarán recursos para calentar su vivienda o poner templada la ducha, es lógico que se prescinda de lo superficial.  El sector público está obligado a liderar a la sociedad ante graves dificultades, tiene que dar ejemplo. El Gobierno debe forzar la supresión de la iluminación decorativa, incluida la de monumentos, y obligar a reducir drásticamente el alumbrado público en zonas donde se precisa poco. Una investigación reciente de EL PAÍS situó a España como el socio de la UE que más energía consume en luz exterior, cuando tiene muchas más horas de sol que la mayoría de ellos.

Estamos en crisis de abastecimiento energético, no basta con fijar objetivos de reducción del 13%. Muchos alcaldes encontrarán disculpas, como que encienden las luces una hora menos, para seguir con la inercia heredada de tiempos mejores. Se trata de conseguir todo el ahorro de gasto que se pueda ante una situación excepcional. No podemos pedir la misma reducción para un hospital que para la iluminación navideña. Es imprescindible priorizar. Para seguir atendiendo necesidades básicas hay que eliminar todo lo superfluo, no llega con reducirlo un poco. Estamos en guerra y entrando en frenazo económico con una inflación alta.

El asunto es tan importante que quizá los políticos deberían recibir un aviso de la sociedad civil, como recomienda el último epílogo de mi ensayo (Todos somos necesarios). Podríamos, por ejemplo, acudir de compras sólo a calles o lugares sin iluminación decorativa, ya hay ayuntamientos que han decidido prescindir de ella. Si todos damos ejemplo, ayudaremos a forzar un apagón, aunque sea temporal, de las luces innecesarias, para evitar posibles apagones en nuestras casas y seremos más capaces de capear con daños controlables el duro temporal que tenemos a proa.

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