Carrero, muñidor de los servicios secretos del franquismo, fue liquidado, hace 50 años, por una explosión que mandó su coche hasta la terraza interior del convento de los jesuitas de la calle Claudio Coello de Madrid, sobrevolando las cinco plantas del edificio. Aquella hazaña del comando Txikia de ETA, formado por terroristas casi aficionados, se puede leer en el libro de Eva Forest “Operación Ogro”, que adquirí unos meses después en la Librairie Espagnole de París, local entonces de visita obligada para interesados en leer publicaciones prohibidas por la censura. El libro sería la base de una película del mismo título (1979).

El jefe de gobierno acudía a la misa de nueve cada día en la iglesia de aquel convento, una regularidad peligrosa para un hombre prudente y desconfiado. La prepotencia del Régimen de Franco, que ni se imaginaba que aquello pudiera ocurrir, ayudó a que el atentado fuera un éxito, a pesar de que sus autores cometieron pequeños errores que ayudarían a detectarlos a una policía que hiciera bien su trabajo. La zona debería haber estado más vigilada, porque, además, el suceso tuvo lugar a pocos metros de la Embajada de los EEUU en Serrano, de donde acababa de partir Henry Kissinguer, el poderoso secretario de estado del gobierno de Nixon, que ha fallecido hace unos días a los 100 años y que acompaña a Carrero en algunas de las últimas fotos que se conservan de éste, tomadas cuando lo recibió.

Esta circunstancia hizo que algunos vieran la mano de la CIA detrás del atentado. Estaría interesada en facilitar una futura transición de España a un sistema democrático y, para ello, tendría sentido eliminar al almirante, designado por Franco para perpetuar su Régimen después de él. La teoría contó con el apoyo de los que no quieren admitir que ETA hubiera jugado un papel importante en ese proceso, liquidando a la persona que ocupaba la jefatura de Gobierno después de que el propio Franco cediera, por primera vez, ese cargo. Los mismos que también especularon con la posibilidad de que el KGB ruso les hubiera ayudado. En su caso, el apoyo a una organización terrorista buscaría crear caos y debilitar las posibilidades de abordar con éxito el posfranquismo.

Pero en los momentos que siguieron al atentado hubo aún otra tesis. Los primeros datos manejados por la policía, incapaz de entender aquello y desbordada por la situación y sus implicaciones, apuntaban a una explosión de gas ciudad. Se apreciaba un fuerte olor a ese producto en las inmediaciones del atentado y, además, los terroristas salieron gritando “¡una explosión da gas!” para disimular su huida a la carrera. Aquello me llevó a vivir una experiencia que quiero compartir.

El 20 de diciembre del 73 cumplía 16 meses justos de trabajo en el Banco Pastor, que era dueño del 100% de Gas Madrid.  La tensión en la empresa era enorme desde el momento en que recibió la primicia de lo ocurrido, por la llamada telefónica de un directivo de una inmobiliaria del grupo que acudía a la misma misa que Carrero. La tesis de la explosión de gas hacía que la presidenta y la alta dirección estuvieran muy asustadas, una filial del Banco parecía responsable de cargarse al jefe de gobierno, al hombre designado por Franco para sustituirle el día de mañana. No lo podían asimilar. Había otro tema que pocos conocían, pero la policía política seguro que sí, el Presidente de la gasística, también vicepresidente del Banco, tenía raíces republicanas y estaba casado con una hija del general Caridad Pita, gobernador militar de Coruña cuando el golpe de Franco, que permaneció leal a la República y fue ejecutado por los sublevados.

Participé aquella mañana en una corta reunión de un grupo reducido, convocada por el director general responsable del área comercial, una persona vinculada a la familia fundadora del Pastor, que también era miembro del consejo de administración y llevaba menos de un año en el cargo. Me atreví a decirle entonces que la probabilidad de que una explosión de gas, que se producía cada muchos años en Madrid, cogiera entre eje y eje el coche de Carrero Blanco y lo enviara a treinta metros de altura era cero, aunque alguien la hubiera prefabricado. El olor a gas estaría originado por la ruptura de alguna conducción de Gas Madrid, a consecuencia de una explosión de otra índole. Pronto la tesis del atentado se fue imponiendo y las aguas en el Pastor volvieron a su cauce.

Ese día de luto para los franquistas algunos lo terminamos cenando en un restaurante con amigos comprometidos con un futuro democrático. Recuerdo una viñeta, sin palabras, en el siguiente número de una revista de humor de las que entonces alegraban un poco la existencia a los que no nos gustan las dictaduras. Aparecía una hoja de calendario con la fecha de 21 de diciembre y, en la calle, cubos de basura llenos de botellas de champán vacías. Sentía que España había cambiado a mejor, a pesar de que siempre me opuse al empleo de la violencia en política y nunca justifiqué a ETA, como hacían muchos opositores a un sistema también muy violento y carente de legitimación democrática.  

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *