El siglo XXI se inició aquel 11 de setiembre del primer año del milenio, cuando contemplábamos atónitos lo que pasaba en Manhattan. Pudimos ver en directo como el segundo avión entraba contra la torre. Los presentadores del telediario de TVE, conectados en directo con las imágenes que les llegaban de Nueva York, estaban desbordados y dijeron que “una avioneta” se había estrellado contra el edificio. Cualquiera con cierto hábito de observar aviones en aeropuertos se daría cuenta de se trataba de un gran aparato de pasajeros. Pero los que estaban atónitos frente a las cámaras tenían que decir algo, no se les puede criticar.

En casa fue un día intenso y largo, especialmente para mi mujer, que vivió la jornada profesional más intensa de su vida, como jefa de la sección de internacional del principal diario de Galicia. Por mi parte, no pude reprimir una sensación de vacío en mis recuerdos, porque, diez años antes, habíamos estado en familia en las Torres Gemelas y en el 99 asistí a tres jornadas, organizadas por Goldman Sachs en la última planta de la Torre Norte, para repasar la estrategia de los bancos de aquel país, especialmente en relación con internet y su creciente uso.

En el primer momento, lo peor fueron los miles de muertos y decenas de miles de heridos que los ataques suicidas estaban provocando en Nueva York y Washington principalmente. Entonces no lo sabíamos, pero la reacción del orgullo herido de los EEUU provocaría muchos más muertos en el tiempo transcurrido hasta hoy, por las invasiones de Irak y Afganistán, y también violaciones de derechos humanos, como las cometidas con los detenidos en la base de Guantánamo.

El espectacular ataque perpetrado por Al Qaeda, bajo la dirección de Osama bin Laden, rompía los años de globalización fundamentalmente pacífica que siguieron a la caída del muro de Berlín en el 89. Desde entonces, las tensiones no han dejado de aumentar, impulsadas principalmente por las diferencias de nivel de vida, que han disminuido a escala global, pero que aumentan mucho en el interior de los Estados. Las raíces de los enfrentamientos políticos conectan también con las dificultades de dar solución a problemas globales, de forma destacada las migraciones y el calentamiento de la atmósfera, desde el modelo institucional de estado nación, pensado para tiempos diferentes. Está en la base de las preocupaciones de mi libro: somos muchos, estamos muy interconectados lo que facilita la manipulación de la información, demasiada gente tiene poder de veto… Deberíamos cambiar algunas reglas comunes para no desgastar en exceso las democracias, pero eso parece más difícil cada día que pasa.

Por no ser muy pesimista, prefiero agarrarme a otros hechos de aquel año que trasmiten un mensaje positivo. Fue el último ejercicio en que los europeos tuvimos moneda antigua, a principios de 2002 llegarían los billetes y monedas de euros. Unos años antes, un grupo de estados nación próximos decidían compartir su soberanía monetaria. Un paso importante en la buena dirección, la de acostumbrarnos a trabajar juntos por encima de las fronteras. Es una línea imprescindible para ir superando las limitaciones que presentan modelos institucionales de otros tiempos. El avance se ha ido consolidando a pesar de los permanentes augurios que hacía entonces el pensamiento económico anglosajón afirmando que el euro no superaría la primera crisis fuerte que tuviera que afrontar. Lo ha hecho ya dos veces.

El primer año del siglo también aportó algo simbólico en un asunto importante para ese futuro más civilizado que estamos obligados a intentar levantar, el papel de esa sociedad civil que genera solidaridad entre las personas y lucha por llevar adelante iniciativas por encima de la rigidez de los aparatos burocráticos y de los intereses de grandes compañías. A principios del 2001 surgió Wikipedia, una enciclopedia universal gestionada por voluntarios a través de una fundación sin ánimo de lucro, financiada por millones de afiliados entre los que me encuentro. Un residuo del espíritu de los primeros tiempos abiertos de la comunicación global, que dieron luz a la propia internet, en la que Wikipedia se difunde y se consulta por decenas de millones de personas cada día.

El tiempo dirá si somos capaces de construir un sistema de vida internacional que se base más en la colaboración entre los pueblos y las personas y menos en enfrentamientos como el que nos deslumbró aquella mañana de hace 20 años. La alternativa es muy peligrosa.

Para ello necesitamos contar con el dinamismo de las grandes ciudades. El que ha demostrado Nueva York, la sede de la ONU, que se ha recuperado totalmente y sigue siendo una especie de gran capital del mundo. También era eso lo que atacaban los islamistas radicales el 11 S.

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