El titular suena a exageración, pero la confusión entre capital del Estado y comunidad autónoma, es uno de los problemas heredados de la Transición. Fue todo un experimento institucional elevar una diputación a la categoría de comunidad autónoma, manteniendo casi todas las ventajas del estado central, que no se descentralizó lo suficiente y le asegura una base de actividad para reforzar la competencia fiscal y seguir absorbiendo empresas y patrimonios periféricos. Una combinación que facilita el “milagro madrileño”, completada por la red radial de autovías gratuitas y aves ferroviarias subvencionadas. La visión centralista tiende a mezclar lo que es bueno para la capital, con lo que lo es para el conjunto.

Por todo eso, por el clima de confrontación permanente que vivimos y por estar allí los principales medios de comunicación, estas elecciones parecen una contienda estatal, no hay forma de pasar de ellas. La periferia norte está bastante aburrida de una campaña que, además, empezó mucho antes del período legal para desarrollarla, tenemos que tener paciencia. El centro-sur aparenta más interés por la contienda, se siente más próximo a la capital, que le garantiza la transferencia de fondos del norte y ha llevado las cacerías, el flamenco y los toros al núcleo de la cultura española.

Quedan diez días y el resultado electoral se presenta ajustado entre izquierda y derecha, con un autodenominado centro en retirada y un nivel de crispación elevado. El debate ha servido para contrastar la parte más “nacionalista” de la política llevada adelante por la presidenta de la comunidad, al separarse claramente del resto en el control sanitario de la pandemia. Ha sostenido, contra viento y marea, un nivel de actividad superior a los demás en el sector hostelería, que no es estratégico porque tiene una gran capacidad de regeneración, a cambio de más muertos por contagios, que se concentraron mucho en las  residencias de la tercera edad, situadas dentro de las competencias del gobierno autónomo.

Si tomamos las últimas cifras disponibles de muertos por covid 19 por cada cien mil habitantes en Cataluña (178,87), una CCAA que también tiene un nivel alto de concentración urbana y tráfico de extranjeros, y las comparamos con las de Madrid (219,14), nos da una cifra de 30,27 muertos más por cada cien mil habitantes. Dato que, aplicado al total de la población de la provincia central (6,75 millones), facilita una aproximación al número de muertos (2.043) que se podrían haber evitado, de aplicarse las medidas más restrictivas impuestas por la Generalitat y por otros. Son muchos fallecimientos de ciudadanos con nombre y apellidos y vida por delante.

Es el punto débil de la gestión de la Presidenta Díaz Ayuso, como se puso de manifiesto en el debate del miércoles en TV con los candidatos a presidir la comunidad. Su populismo, línea Bolsonaro, tiene raíces fuertes en todas partes y quizá pueda volver a gobernar con el apoyo de Vox, pero el covid les sigue amenazando. Según los últimos datos de que dispongo, la Comunidad de Madrid tiene el nivel de ocupación de las UCI de sus hospitales por enfermos de coronavirus en el límite de lo tolerable (44, 9%), el más alto de todas las CCAA y el doble de la media de España (22,5%). No se trata sólo de muertos por la epidemia, aunque no estén cuantificados, también los hay por tener que aplazarse intervenciones al haber poco espacio disponible en las UCI.

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