El Gobierno ha vetado la compra de Talgo por el grupo húngaro Ganz- Magyar Vagon, que había presentado una OPA en marzo, atractiva para los accionistas de la empresa española. Talgo necesita nuevos socios que aporten capital para invertir y desarrollar las capacidades que tiene en un sector en expansión. Tendrá que seguir buscando. La decisión del ejecutivo se apoyó en informes del CNI que advertía de que la optante está vinculada a empresarios próximos al primer ministro húngaro, Víctor Orbán, y al propio gobierno de ese país a través del fondo Corvinus. Todos ellos bien relacionados con la Rusia de Vladimir Putin. Su entrada en una compañía estratégica de nuestro sector industrial implicaba riesgos relativos a la seguridad nacional.
La línea Moscú-Budapest, más allá de servirme de referencia ferroviaria, es un ejemplo de las complicaciones que trae a la UE la incorporación de países del este que estuvieron integrados en la URSS. Víctor Orbán, un nacionalista ultraconservador, lleva desde el 2010 al frente de Hungría y ya había sido jefe de gobierno entre 1998 y 2002. Su afición al mando, sus intentos de manipular la independencia de los tribunales y los recuerdos de una Hungría partícipe del antiguo eje imperial austrohúngaro, le hacen sentirse próximo al dictador ruso. Trata de evitarle sanciones europeas y se resiste a las propuestas de ayuda militar a Ucrania. En agosto, extendió a rusos y bielorrusos su forma más laxa de visado laboral, en contra del criterio de Bruselas, que teme que la medida facilite la entrada de agentes y saboteadores en territorio europeo.
En este semestre, Hungría ocupa la Presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. Su todopoderoso primer ministro utiliza el puesto para promover un acuerdo de paz en Ucrania que permita a Rusia retener parte del territorio conquistado, además de la península de Crimea, ocupada en 2014. Es su principal objetivo para lo que le queda de año. Victor Orbán ha viajado a varios países que “comprenden” la posición de Putin, como China y Turquía. No lo ha hecho como presidente del Consejo de la UE porque no le han autorizado para ello, pero le es igual, dice representar una postura europea que tilda de “razonable”. En los EEUU se ha entrevistado con su admirado Donald Trump, sabe que pretende dejar de aportar fondos a Ucrania y confía en que salga elegido en noviembre. Quieren que Zelenski ceda a las pretensiones de su expansivo vecino. Si eso ocurriera, en un par de años, Rusia volverá a intentarlo, en Ucrania, Moldavia, las repúblicas bálticas (1) o donde le parezca oportuno para ir recuperando imperio.
El oriente europeo es un galimatías y habría que evitar que se consoliden populismos fascistas. Los 40 años de la URSS debilitaron sus convicciones democráticas. Las elecciones regionales, celebradas el pasado domingo en el Estado de Turingia de la Alemania oriental, que también fue parte de aquello, han dado la victoria al AfD, un partido neonazi. Me parece recomendable que cualquier expansión de la UE hacia el este sea muy prudente, lo que ocurre con Hungría nos lo advierte. No hay que dejarse influir por situaciones de riesgo para sobreproteger a países afectados. Se les puede dar estatuto de candidato, apoyo económico y militar, y ventajas comerciales, pero su incorporación plena a los órganos políticos de la UE sólo debería realizarse después de muy largos períodos de prueba para valorar su estabilidad y respeto por las normas democráticas.
(1) En agosto se cumplieron 85 años del pacto entre Hitler y Stalin, previo a la 2ª Guerra Mundial, que incluía clausulas secretas que, además de contemplar el reparto de Polonia entre ambos, entregaba las tres repúblicas bálticas a Rusia, de la que se habían independizado tras la primera Gran Guerra. Putin tiene todas estas “pérdidas” muy presentes.