Acabamos de asistir, un año más, a la entrega de los Premios Princesa de Asturias en Oviedo, con ceremonia discreta a causa de la pandemia. Aun así, no han faltado los gaiteros y los discursos de los auténticos protagonistas, la princesa Leonor y su padre, Felipe VI, acompañados de la Reina Sofía, la Reina Letizia y la princesa Sofía. En la capital del Principado este es el gran acontecimiento anual que recogen los medios y, en particular, la televisión del Estado.

Discursos y premios pueden catalogarse en la categoría de lo políticamente correcto. Generalidades dichas con solemnidad y personas que, por diversas circunstancias, merecen el reconocimiento, como los sanitarios que se han volcado en atender a los pacientes en la presente hecatombe sanitaria sin mirar horarios y riesgos. Sobre ellos ha caído una sobrecarga excesiva a causa de una mala gestión de la epidemia por la ineficacia y división de los políticos.

Hay ocho categorías de premios y pueden entrar varias personas en cada una, o incluso eventos colectivos como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) o el Hay Festival of Literature & Arts, que compartieron el de Comunicación y Humanidades. Los premiados responden a la línea clásica: personalidades o celebraciones destacadas en sus especialidades respectivas con poco margen para las novedades.

Estos nobel de segunda, versión española-monárquica, se encuadran en el programa relaciones públicas de la familia real, el Estado tiene también otros premios (Cervantes, nacionales…). Les apasiona otorgar distinciones en la línea tradicional de la cultura monárquica. Como ya no está tan bien visto, aumentan la nómina de nobles con mucha discreción (Juan Carlos dio 51 títulos en su reinado), pero han encontrado otro camino para honrar a ciudadanos destacados. La ventaja de este sistema es que amplía el espectro de los premiados, incluyendo a extranjeros, en busca de una proyección internacional. Aunque tengan poca repercusión comparados con los nobel o los óscar.

A casi todo el mundo le gusta promocionar su imagen y dejar huella en la historia, por lo que conceder distinciones es una actividad grata y sin coste para el protagonista, un privilegio real. Tenemos Premios Reina Sofía consagrados a las bellas artes, con las que a la reina madre le gusta relacionarse (Pintura y Escultura, Composición Musical y Poesía Latinoamericana). No olvidemos que ella da también su nombre al principal museo de arte contemporáneo del Estado.

Existe un Premio Rey Felipe, que viene a ser el nacional del deporte (en categoría femenina se denomina Premio Reina Letizia), actividad popular a la que es bueno vincularse destacando a deportistas que también pueden recibir el Princesa de Asturias en esa categoría. Tenemos el Premio Rey de España, la misma persona bajo distinto nombre, que se entrega a periodistas y empresas de comunicación. Para reforzar la imagen los medios de comunicación son más importantes que los deportes. Para ellos se establecieron estos galardones en ocho versiones cada año, incluidas tres para Iberoamérica, territorio hermano. Los premiados pueden ser varios en cada categoría y la foto oficial de las ceremonias de entrega tiende a ser multitudinaria.

Más en segundo plano, hubo un Premio Infanta Elena en el ámbito de la equitación, un deporte que le gusta practicar. La infanta participa con frecuencia en entregas de galardones diversos. Incluso ha recibido alguno ella misma como el de la Promoción y Fomento de la Tauromaquia de 2016, muy conectado a una peculiar versión de nuestra identidad nacional.

No sé lo que van a hacer con el prestigioso Premio Rey Juan Carlos de Economía, que ha recaído en destacadas figuras españolas y latinoamericanas. No he leído nada sobre él, que es bianual y tocaba entregar en 2020. Tenía curiosidad por la línea que seguiría después de premiar en 2018, por primera vez, a una persona de fuera del ámbito original. Fue elegida la profesora estadounidense Carmen Reihart. Quizá buscaban incorporar una mujer al largo listado de ganadores del galardón, ocupado, hasta entonces, sólo por hombres.

Supongo que la estrategia de imagen de la Casa Real, en la que el asunto de entregar honores es muy importante, pasa ahora por soslayar la relación del Rey Emérito con el espacio del dinero. A lo mejor aprovechan lo de la pandemia para “olvidarse” de convocar su premio. Al fin y al cabo, también los Princesa de Asturias tienen un apartado propio para las ciencias sociales.

Después de la ceremonia de Oviedo, la familia real ha aprovechado el viaje para entregar en Somao el galardón de pueblo ejemplar de Asturias 2020. La princesa Sofía debe estar preguntándose por qué no tiene su propio premio, como los demás miembros de la familia. No me extraña, su hermana, la heredera, es una acaparadora que también dispone de los Premios Princesa de Girona, con cinco categorías (social, investigación científica, artes y letras, empresa e internacional) muy solapadas con los de Asturias. Quizá tenga que aguardar a que fallezca su abuela de la que ya heredó el nombre.

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