La Superliga europea de fútbol ha tenido corta vida, se la ha cargado ese sentido patriótico que tienen las clases populares inglesas, que les llevó a aprobar el Brexit: prefieren cocerse en su propia salsa.

El intento es una muestra de la distancia que, muchas veces, hay entre los despachos y la calle. En ellos se habla de dinero, de mucho dinero, se consultan asesores bien pagados, se comparan modelos similares en otros deportes…. De ahí sale un proyecto ambicioso que concentraría el poder económico en pocas manos a las que se añadía el derecho a estar siempre en la máxima categoría del fútbol europeo. Sólo los elegidos tendrían garantizada la supervivencia, es una vieja pretensión de los ricos.

Los muñidores principales, Andrea Agnelli y Florentino Pérez saben mucho de moverse en los pasillos del poder, pero les ha faltado medir los sentimientos de los aficionados, especialmente de los más apasionados, los de las grandes barriadas industriales de Inglaterra. En Gran Bretaña el fútbol es un deporte de clase que agita a la parte de la población menos formada y más “nacional”. En la clasista sociedad inglésa, de base ilustrada, los que acuden al colegio en Eton y luego a la universidad en Oxford o Cambridge son aficionados al criquet, al golf, al piragüismo o al atletismo. El fútbol es para la plebe iletrada, en la que puede haber gente que se ha hecho rica en los negocios, pero poco culta y aficionada a leer tabloides.

Si quieren apostar por un nuevo intento, contraten un buen director de marketing, de esos que saben analizar pasiones, de esos que pueden distinguir mensajes dirigidos a distintos mercados: países en que el fútbol es interclasista, países donde no lo es. No es fácil encontrar esos profesionales, que si son realmente buenos les advertirán de los límites que la gente pone a las ideas de los poderosos, por eso abundan más los consultores que dicen lo que quieren oír los que pagan.

No creo que lo que acaba de ocurrir influya en las elecciones de Madrid, pero es un cierto varapalo a una forma de ver el mundo, algo prepotente, que allí adoptan miembros significados de la clase dirigente, bastante adicta al palco del Bernabeu. La ciudad colocaba dos equipos en la gran competición del fútbol europeo, al nivel de Manchester que tampoco es para tanto, por uno de Barcelona. Además, Florentino, un gran dirigente deportivo y principal representante de la ambición de su ciudad (ingeniero de caminos, gran constructora ACS, concejal de urbanismos en su juventud…) sería el Presidente de la Superliga.

La gran supercompetición es un intento de garantizar, para siempre, la posición de los grandes clubs que participarían en ella, con nuestra capital en el puesto de mando. Lo siento, van a tener que seguir ganándose en la liga, también en los campos de pequeñas ciudades y poblaciones periféricas, el derecho a competir en los torneos europeos. Ya saben que incluso un equipo modesto, como el Deportivo que hoy no pinta casi nada, puede amargarles la fiesta del centenario. Debió ser en ese día de marzo del 2002 cuando el Presidente del gran club empezó a pensar en que iba siendo hora de imponer orden desde el poder del dinero.

Madrid se queda sin Superliga, como se quedó sin Olimpiada. Seguirán intentándolo, pero, en el caso de ahora, es necesario el apoyo de los barrios bajos ingleses y de los aparatos que viven divinamente del fútbol (UEFA y federaciones nacionales). Lo sabe bien Boris Johnson, un ex de Eton, sensible al rugido de las masas de las que depende su poder y a las que arrastró a separase de Europa, por lo que no quiere que se las contaminen con nuevos sueños europeos. Es más fácil llegar a acuerdos financieros con los accionistas chinos o árabes de los clubs británicos, pero no llega.

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2 comentarios

  1. Mi enhorabuena por poner al descubierto las miserias inmisericordes de los que sin verguenza ajena alguna se creen tener y se atribuyen el poder absoluto del dinero con desprecio de los demas. Reflejas a la perfeccion el sentimiento que desde ayer me invadio al conocer esa noticia.

    1. En términos del libro, el poder del dinero no supo negociar con el poder del aparato (federaciones) y se vio superado por las emociones populares que son el motor del deporte de masas.
      Un segundo centenariazo para Florentino, cuyo aura de poder le hace olvidar que en fútbol hay que ganar cada partido

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