Sufrimos altas dosis de nacionalismo anglosajón

En mi libro se analizan las tensiones que hoy sufren los Estados, enfrentados a la mayor dimensión e integración de la Humanidad. En muchos de ellos la reacción a los nuevos desafíos es un reflejo defensivo: volvamos para atrás, reforcemos fronteras, recuperemos las esencias patrióticas (incluso raciales).

El gran eje anglosajón, Estados Unidos y Reino Unido, está destacándose en este retroceso hacia idealizados, pero irrepetibles, pasados. Son países que tienen mucha influencia, militar y económica, especialmente, claro está, los EEUU, pero también a nivel de ideas y de sistemas de comunicación.

Los señores Donald Trump y Boris Johnson son muy dignos representantes de lo peor de esta variante de nacionalismo. Ambos proceden de la elite dirigente de cada país, muy vinculada al poder económico y a las castas formadas en universidades de prestigio. Además, poseen un aspecto y una mirada al mundo muy en línea con la tradición WASP (White, AngloSaxon, Protestant).  

Los dos están causando muchos problemas, en gran medida porque buscan algo imposible: que el reloj de la historia corra hacia atrás. Cuando eso se intenta con una insistencia que se alimenta de orgullo, cuando no de puro racismo, los costes suelen ser tremendos, aunque no se perciban en el corto plazo.

Parte de los graves problemas que este tipo de dirigentes generan quedarán en el interior de cada país y se manifestarán en más enfrentamiento social y más violencia. Sobre todo en EEUU, donde aumentarán los asesinatos masivos, provocados por las hordas de supremacistas blancos y locos de variadas patologías a los que su estúpido sistema de venta de armas tiene bien provistos de sofisticados instrumentos para provocar matanzas.

Cabe esperar que Trump y Johnson no duren demasiado en sus puestos, pues la sociedad de ambos países es más diversa, culta y solidaria de lo que ellos piensan. Lo malo es que para seguir en el poder van a radicalizar aún más sus propuestas y a inventar peligros exteriores e interiores de todo tipo para atemorizar a las capas de población, menos cultas, más tradicionales, que son las que les votan. Nos van a complicar la vida a todos, especialmente a los más desprotegidos.

De entrada, se van a apoyar mutuamente, haciendo valer su “especial relación” de blancos anglosajones. Ayer, en Londres, el Asesor Nacional de Seguridad de Trump prometió un acuerdo comercial preferente al Reino Unido, tras el Brexit. Algo que la Administración norteamericana ve con agrado, porque debilita a la “vieja” Europa. Tan aficionada ella a tener en cuenta (aunque no siempre) los derechos de las minorías, de las mujeres, de los inmigrantes. El alto cargo que hizo la promesa se llama John Bolton. No olviden ese nombre, el de un halcón que ocupa un puesto muy relevante en la política exterior americana. Un individuo que tendría que haber sido procesado por alguna instancia internacional por ser, en su día, un importante muñidor de la invasión de Irak. Una acción militar ilegal, basada en informes falsificados, que provocó miles de muertos y cuyas consecuencias aún dañan a ese país y a su región.

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