Hace unos días, los talibanes ordenaban cortar las cabezas de los maniquíes femeninos de las tiendas. Mensaje directo a las mujeres, por si dudan de lo que va a pasar en Afganistán con sus derechos, incluidos la educación y el trabajo. Un caso extremo de intolerancia para someterlas, para retirarles capacidad de elegir los caminos por los que quieren conducir sus vidas.

La entrada del sábado, relativa al ataque al Congreso de los EEUU por una horda radical, subrayaba que los ultraconservadores están en alza en casi todas partes. Su tendencia a limitar el margen de maniobra de las mujeres tiene raíces piadosas. Como explico en mi ensayo, las religiones, permanentemente dirigidas por hombres, constituyen el mayor invento social para dominar a la otra mitad de la población, especialmente en lo que toca a la reproducción.

La derecha más radical que se recuerda en la primera democracia moderna controla ahora su Tribunal Supremo y está, por primera vez en 50 años, en situación de lograr un gran objetivo: revertir el derecho al aborto. Pronto veremos si se atreven. Dicen que lo hacen para defender el derecho a la vida, pero, si el aborto vuelve a la clandestinidad, muchas mujeres se pondrán en riesgo al interrumpir su embarazo en condiciones inadecuadas, mientras las de las “buenas” y piadosas familias seguirán haciéndolo en clínicas bien preparadas, aunque tengan que viajar. Esos mismo radicales, partidarios de Trump, defienden la pena de muerte y la venta libre de armas, que causa allí decenas de miles de víctimas mortales cada año. Una visión demasiado machista del “derecho a la vida”.

El aborto es un pulso permanente de los fundamentalistas, que desean que nada cambie, sobre todo si fomenta mayor libertad del que llamaban, ya no se atreven, sexo débil. Siguen tratando de condicionar su comportamiento empleando también ayudas, con dinero público, a la natalidad, independientemente de si las que las reciben son ricas o no. No parece importarles que, en el mundo actual, el peligro real para nuestra especie es el exceso de población.

En la mayor democracia del mundo, la India, la tensión religiosa con la minoría musulmana se centra bastante en las mujeres. Ha aparecido una web llamada “Bulli Bai”, expresión insultante para las musulmanas, que anunciaba la subasta pública de 100 de ellas. Las fotos que difunde, recogidas sin consentimiento, pertenecen a periodistas y activistas que han criticado abiertamente al grupo político gobernante, el nacionalista hindú Bharatiya Janata Party. Se trata de una amenaza y no es la primera, el año anterior se desmontó otra página, creada por los mismos trolls de ultraderecha religiosa, llamada Sully Deals, otro término peyorativo para sus víctimas. Aunque no le guste, el Gobierno se verá obligado también a retirar la nueva web. Algo bueno tiene un estado de derecho para proteger minorías, a pesar de las ideas religiosas y la misoginia que generan.

En los países autoritarios no necesitan disculpas para marginar a las mujeres, basta comprobar la práctica ausencia de ellas en los más altos órganos de dirección de China o Rusia. Un presidente de esa línea, pero con profundas creencias islamistas, persigue y encarcela sin pausa en Turquía a las que rechazan, en los medios y en la política, someterse a las normas medievales que esa religión reserva a su género. Afortunadamente también él está limitado por una constitución aún algo democrática.

La libertad de las mujeres es el mejor sensor de la calidad democrática. Siempre mejoran su situación cuando las libertades y los derechos humanos se respetan. No corren buenos tiempos para esos valores, por eso deberían cuidar el uso del voto donde aún les permitan ejercerlo.

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