Stanley Johnson, el padre del primer ministro británico, acaba de obtener la nacionalidad francesa. La solicitó en diciembre pasado porque no quería sentirse fuera de la Unión Europea de cuyo territorio provienen parte de sus antepasados, vía materna. Stanley fue eurodiputado tory, estuvo en contra del Brexit y siempre reivindicó “el sentimiento identitario europeo”. Su hijo no está de acuerdo y el lío en que metió a su país no para de darle quebraderos de cabeza.

El 9 de mayo (El Reino avanza hacia Desunido), comentaba aquí la situación del Ulster tras la victoria electoral del Sinn Féin, que reclama la reunificación de la isla. Boris se ha dado un paseo por allí hace unos días para decir que va a cambiar el protocolo de salida de la UE que firmó. Quiere evitar la frontera comercial de esa parte de Irlanda con el resto del Reino Unido. Tras esas declaraciones, la UE le recuerda que, si hace lo que les ha prometido a los unionistas protestantes en Belfast, le aplicará sanciones por incumplir un tratado internacional.

Lo que quiere hacer no es posible, no hay alternativa. O se mantiene una aduana entre las islas, cosa que no soportan sus aliados unionistas, o se pone dentro de la isla de Irlanda, restableciendo fronteras eliminadas desde el Tratado de Viernes Santo de 1998 que terminó con dos décadas de violencia. Lo de dibujar fronteras siempre es un deporte peligroso y tiende a provocar efectos indeseados. Especialmente cuando no gustan a viejos países imperiales, como nos recuerda Rusia en Ucrania, víctima de la añoranza de un imperio que dejó muchas fronteras artificiales, que les siguen provocando ataques de ansiedad.

Cuando una mayoría, soportada en muchos británicos poco cultos y añorantes de tiempos pretéritos, decidió abandonar la UE, no sabían el follón en que se metían. Aunque los populistas intenten usarla, la marcha atrás no existe en la Historia.

Como cabía esperar, cuando se libró de Bruselas, el Foreign Office empezó a reconstruir la añorada imagen de gran potencia, basándose en el espacio anglosajón. Han firmado, por ejemplo, un acuerdo militar para coordinar sus acciones en el Pacífico con EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. La joya de la corona de esta estrategia es un acuerdo de libre comercio con la gran potencia americana, que está muy avanzado. Es fundamental para sustentar la competitividad británica y el papel de Londres como centro financiero. Se trata de disfrazar  de gran política una realidad cutre: sometimiento a una excolonia muchísimo más potente que la antigua metrópoli. 

Pero las bravuconadas del primer ministro en el Ulster no han sentado bien en Washington. Recientemente, Nancy Pelosi, la presidenta del Congreso, le ha recordado a Boris que ese deseado tratado comercial depende de que el Reino Unido respete los acuerdos que firma y que les será imposible aprobarlo si incumple el protocolo de salida de la UE. Les preocupa sobre todo que se vuelva a levantar una frontera en el interior de Irlanda, desaparecida hace 24 años. Lo consideran inaceptable. Cabe recordar que los EEUU tienen un presidente católico de origen irlandés.

Estos problemas, consecuencia de la salida de la UE, han erosionado la popularidad del primer ministro. A ello se añade el reciente informe de la alta funcionaria Sue Gray confirmando lo que se sabía de las francachelas organizadas en su residencia oficial de Downing Street, cuando los británicos vivían confinados a consecuencia de la pandemia. Un número creciente de diputados conservadores están deseando perderlo de vista, quizá le quede poco tiempo en el cargo.

En que líos se meten Boris y Vladimir, dos nombres muy eslavos. No entienden que Europa está en tiempos más propios de siglo XXI que del XIX y XX que añoran. Este blog seguirá analizando las dificultades de adaptación al mundo de hoy y los problemas que provocan dirigentes populistas de países que no son tan importantes como fueron. Pero, al menos durante unos días, los británicos tendrán ocasión de relajarse de los problemas que les presenta el mundo actual, disfrutando de los fastos para celebrar el 70 aniversario de la entronización de la reina Isabel.

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