La situación se repite a causa de la epidemia de covid 19 y constituye una restricción grave a una tradición arraigada en la cultura popular, especialmente en el centro y sur de España. También retrasa la recuperación del turismo, el sector económico más afectado por la crisis sanitaria.

En Coruña no lo notamos mucho. Es, desde su despegue en el siglo XII, una ciudad laica. El soberano del Reino de León, Alfonso IX, le dio entonces prerrogativas para que pudiera dinamizar su economía. Lo hizo por ser la única villa de realengo en Galicia, sometida entonces al poder de la Catedral de Santiago, reforzado durante el dominio de su primer arzobispo, Diego Gelmírez (1068-1140), y de los grandes monasterios.

Aquí estamos en una Semana Santa casi normal, porque tampoco es una ciudad muy turística. La gente aprovecha el buen tiempo para pasear, correr, pescar o navegar como hace habitualmente. No es ciudad de procesiones, actividad que, en Galicia en general, es mucho menos popular que el carnaval, su versión laica. Además de este contexto, que cuenta con algunas excepciones (Ferrol y Viveiro las más señaladas), en la pobre tradición de procesiones influye el ser centro de la mayor área metropolitana del sur de Europa sin obispo residente, herencia de los tiempos de Alfonso IX. Algo que he resaltado al analizar el destacado papel que tienen sus mujeres (8/03 “Coruña tiene nombre de mujer”).

Muchos de los que fuimos educados en tiempos de una dictadura fervientemente religiosa recordamos las semanas de pasión de nuestra adolescencia con poco cariño. En tiempos de escasa o ninguna oferta televisiva, las emisoras de radio ponían música sacra y los cines películas sobre temas religiosos. Estaba mal visto escuchar música profana y cantar o hacer ruido. Las mujeres de cierto rango se cubrían su pelo con mantilla y se organizaban vigilias, visitas a los templos, viacrucis… Un rollo de vacaciones que pasábamos como buenamente podíamos, saliendo con amigos, haciendo deporte si el tiempo lo permitía y jugando sin armar mucho follón.

Ya entonces, las procesiones tenían aquí menos relevancia que en el resto de España. Había dos o tres, pero con pocos pasos y escasa asistencia de gente, a pesar de la presión que ejercían las costumbres dominantes. Cuando llegó la democracia, la mayoría ignoró esas manifestaciones religiosas. Desde hace pocos años, personas vinculadas a ideas franquistas intentan relanzar una costumbre que nunca tuvo arraigo. Lo hacen con dedicación y entusiasmo. Incluso se han inventado procesiones sin tradición local para poder salir todos los días de la Semana Santa.

Se trata de un esfuerzo pírrico a juzgar por los pobres resultados. Reúnen cada día entre veinte y treinta personas, siempre las mismas, que deambulan con el apoyo de una uniformada banda de música de chavales, acompañando los escasos elementos procesionales que almacenan las iglesias de la ciudad. Supongo que se consolarán y tomarán fuerzas para seguir intentándolo escuchando por la tele, el Jueves Santo, a los legionarios cantando en Málaga su tenebroso himno. En años normales les acompañan destacados representantes de PP y Vox , que ahora echarán de menos la solemne ocasión de verles desfilar portando el Cristo de la Buena Muerte.

Este año de abstinencia religiosa, al atardecer, hora de las procesiones principales, aquí casi nadie se acuerda de ellas. Las calles y paseos siguen llenos de gente, esa sí es una arraigada tradición, que un escritor coruñés, Wenceslao Fernández Flórez, reflejó bien en una frase de hace unos 100 años : “Coruña es un trasatlántico donde el pasaje pasea por cubierta”.

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