El país más extenso del mundo es de los menos poblados. Como otros muchos Estados que llevan décadas dando acceso a las mujeres a la educación superior, su tasa de natalidad ha ido cayendo hasta situarse por debajo del nivel necesario para reponer los fallecimientos, aunque estos se van retrasando por el alargamiento de la esperanza de vida. Rusia cuenta con 146 millones de habitantes, unas tres veces la población de España, para un territorio de algo más de 17 millones de kilómetros cuadrados, 34 veces mayor que el español.  

El todopoderoso líder, Vladimir Putin, no ha conseguido revertir la tendencia al despoblamiento. A finales de siglo, aquel gigantesco espacio del planeta contará con menos de 125 millones de pobladores de una avanzada media de edad. Hay proyecciones que sitúan la cifra más abajo. Puede ser una de las razones que le mueven a invadir vecinos para recuperar partes de ese imperio que tuvieron los zares y luego amplió Stalin con la URSS. Le interesan sobre todo los lugares donde queda población de origen ruso. Lo vemos en Ucrania, aunque la apuesta les esté costando muchas vidas jóvenes y agrave el problema demográfico, al menos a corto plazo.

La obsesión por el control lleva al nuevo zar a desconfiar de los extranjeros y a dificultarles su existencia, en el último año los registrados en el país cayeron de 8,9 a 6,1 millones. Son números de por sí reducidos que muestran otro problema de fondo: el país es racista y no tolera a los diferentes. Un obstáculo adicional para renovar población, que no es tan relevante en, por ejemplo, Europa occidental, a pesar de que están creciendo los problemas de intolerancia. En mi ensayo este es un tema importante, consecuencia de la mayor libertad de las mujeres y de los colectivos LGTBI, que provoca cambios en la ocupación del planeta, tensiona fronteras y hábitos culturales.

A pesar del respeto a la herencia comunista, el nuevo zar se ha vuelto religioso como sus predecesores monárquicos. Promociona la Iglesia, rusa por supuesto, como símbolo de la identidad nacional que refuerza el apoyo popular con que cuenta. Analizo en mi libro que las grandes religiones han sido un depurado instrumento, en manos de hombres, para someter a las mujeres y orientarlas a producir y cuidar descendencia. Tampoco le está funcionando el recurso divino para que las rusas sean más proclives a la maternidad, vivimos una fase histórica diferente.

Al final, Putin llega donde le conduce su forma de entender la política: castigar penalmente al que defienda no tener hijos. Busca satisfacer su odio instintivo a feministas y colectivos LGTBI y eliminar referencias a las bondades de estar sin descendencia. La prohibición llega incluso de las conversaciones privadas que puedan ser gravadas. La nueva legislación penal que va a pasar la Duma, el sometido parlamento de Moscú, castigará este tipo de argumentaciones con multas de hasta 50.000 euros. Tampoco va a conseguir mucho con la medida, las tendencias a las que se enfrenta son demasiado profundas.

Aquí van a tener muchas dificultades los que deseen adoptar niños o niñas. Rusia no quiere desprenderse de ellos y lo mismo ocurre con China que tiene problemas demográficos similares. Hasta ahora, ambas eran notables proveedoras para satisfacer la demanda de adopción. El que lo iba a pasar mal si viviera allí sería El Roto. Podría acabar en un presidio siberiano por esta reflexión que reproduzco, publicada por El País cuando los medios informaban de las obsesiones totalitarias de Putin para frenar la caída de la población.

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