Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.
Así define la RAE una palabra que el castellano ha tomado recientemente del inglés (resilience) y éste del latín (resiliens, del verbo resilire, rebotar). Que una palabra latina haya tenido que llegarnos a través del inglés indica que no es parte de nuestros hábitos.
Lo acabamos de ver en el apagón del día 28 y su recuperación. Cuando escribo esto, aún no se conocen las causas de lo que el Presidente describió así: A las 12:33 horas, 15 gigavatios de generación se han perdido súbitamente en apenas cinco segundos. Se abre un período de investigación para determinar las causas de lo que pasó. No sé si se llegará a saber, si hubo un fallo del sistema o fue provocado o ayudado por un agente externo voluntaria o involuntariamente. Lo que me alarmó más fue la poca resiliencia, el largo período para volver a la normalidad tras un corte eléctrico de proporciones desconocidas que alteró la vida de los iberos, de forma grave en muchos casos.
Esto no debería pasar en pleno siglo XXI. No se pueden tardar más de 12 horas en restaurar un sistema eléctrico del que dependen 60 millones de personas de Estados integrados en lo que se supone es una economía moderna. Tras el apagón, el último sistema de transporte en recuperar la normalidad fue el ferroviario. Está en manos del sector público, como Red Eléctrica (Redesa) . Los grandes aparatos burocráticos tienden a verse afectados una enfermedad organizativa, que mi ensayo denomina “mediocridad invasiva”. El suceso ha sido tan grave que espero que, ahora sí, se tomen medidas para que, si vuelve a ocurrir algo parecido, se reaccione rápido.
Estas páginas tienden a defender la diversidad, inspiradas en un ensayo que analiza las concentraciones de poder que crecen en nuestros tiempos y cómo limitar problemas asociados. La producción de electricidad y el acceso a ella requieren fuertes inversiones. El sector está concentrado en unas pocas compañías con un sistema de interconexión y distribución controlado por Redesa para asegurar el suministro. Ahora, la incorporación de las energías renovables abre algunos problemas de gestión pero también nuevas posibilidades. Existen comunidades de productores y usuarios, en el espacio de la energía solar y la eólica, y también podrían existir en la hidráulica, como recuerdan las filas de molinos a lo largo de riachuelos que vemos en esta tierra pluviosa donde vivo.
Tomen en consideración la posibilidad de aislar automáticamente las comunidades energéticas, en caso de caída del sistema general, para que sigan autoabasteciéndose, con ayuda de sus mecanismos de apoyo (baterías, generadores) para compensar los altibajos de producción básica. Debería contemplarse también la interconexión de los grupos de pequeños productores, en principio a nivel local, para hacerlos más resistentes. La capilaridad y diversidad de las nuevas formas de acceso a la energía sirven para ser más resilientes, más capaces de reaccionar ante golpes que pueden venir de la forma menos esperada.
Puestos en escenarios peligrosos, después de leer Génesis (Kissinger, Mundie, Schmidt, 2024), cabe imaginar una Inteligencia Artificial profunda, capaz de aprender y tomar medidas por su cuenta, encerrada en un gigantesco conjunto de ordenadores en zona apartada, que se siente preocupada por su total dependencia de grandes cantidades de energía eléctrica. Le puede dar por tomar medidas para asegurarse el suministro de su flujo vital, interviniendo en los sistemas informáticos que regulan la distribución de electricidad. Están naciendo muchas IAs de esta escala, que desarrollarán un natural instinto de supervivencia. Conviene poner en valor lo diverso, lo desconectado a lo que sea difícil llegar, tanto a ellas como a Estados terroristas.