Es el título por el que se conoce a la esposa del Rey de España. No sé si también se emplea en otros países, desde luego no era el caso del Príncipe de Edimburgo, consorte de Isabel II del Reino Unido, pero no rey. Nosotros somos algo alérgicos a los excesivos formalismos y tendemos a simplificar, las llamamos reinas sin más.

El título de la entrada está en singular, aunque me referiré tanto a Sofía como a Letizia, pero no puedo evitar el juego de palabras, con sorte en gallego es con suerte. Suerte tienen, como dirían antes: casaron bien. Disfrutan de privilegios garantizados y, a cambio, intentan aportar valor a la monarquía, que, como veíamos en la entrada anterior, tiende a perder popularidad, proceso reforzado por los excesos del emérito. Uno de los soportes de la institución es la prensa del corazón, muy apreciada entre mujeres de clase media y alta. Estos medios dedican bastante espacio a nuestras reinas y al resto de la familia y tienden a dar una imagen positiva de ellas y su entorno, su influencia podría ser determinante si algún día llegara a someterse la institución a referéndum.

Doña Sofía es discreta, al contrario de un marido al que ve muy poco. Está pendiente de una familia que tiende a pasar por situaciones complicadas, quizá por el carácter atribuido a los Borbones. Como conoce bien esa deriva y sus consecuencias, debió alarmarse cuando el entonces príncipe Felipe se sintió atraído a finales de los 90 por la preciosa modelo noruega Eva Sannum. Antes había sido novio de Isabel Sartorius, de origen aristocrático y buena formación, pero la cosa no cuajó. Lo de Eva era difícil de digerir y no llegó lejos, puede que tenga algo que ver la mano de Sofía. Su prudencia natural viene reforzada por la amarga experiencia de su hermano Constantino, expulsado del trono de Grecia en el 73, porque el pueblo no le perdonó que no condenara el golpe militar del 67.

Además de preocuparse de la familia, la reina Sofía promueve la cultura y la obra social. Hay varios hospitales y residencias con su nombre, además de nuestro mayor museo de arte contemporáneo. Como los soberanos disfrutan de antiguo entregando títulos y ya no están tan en boga los nobiliarios, ahora premian el arte, la ciencia o las actividades sociales. Los premios son parte permanente de la intensa campaña de relaciones públicas de la Casa Real. Hay un Premio Reina Sofía dedicado a algunas de las bellas artes. El nombre de Sofía va siempre precedido de la palabra reina, sin que haya ocupado la jefatura del estado. Ahora quizá habría que llamarla reina emérita, aunque no le guste asociarse a la imagen de un esposo al que, sin embargo, debe el puesto.

Al final, Felipe, casó con una periodista asturiana, que pasó a ser la Reina Letizia cuando su marido sucedió al padre díscolo. Ignoro si la elección agradó a la madre del chico, porque a Leticia le gusta aparecer en público más que a su suegra. Por supuesto, ya tenemos unos Premios Reina Letizia para personas o entidades destacadas en mejorar las condiciones de vida de discapacitados. En la gran reunión de la OTAN en Madrid de finales de junio se la vio feliz ejerciendo de anfitriona de los cónyuges de los líderes ejecutivos de países miembros. Acaparó gran parte del protagonismo que debiera corresponder a la persona que en España tiene posición equivalente a la de esos visitantes, Begoña Gómez, la comedida esposa de nuestro Presidente.

Si España supera la marca de la restauración monárquica anterior y hay una tercera sucesión, tendremos una Reina, esta vez de verdad. Suerte que los reyes tienen sólo hijas, porque si el segundo embarazo les hubiera dado niño, Leonor no llegaría a Reina ni disfrutaría de los títulos de Princesa de Asturias y de Girona. Categorías ambas que tienen sus respectivos premios anuales, como los de su madre y su abuela, hay que acostumbrarla desde niña a otorgar privilegios. De tener un hermano varón, A Leonor le pasaría lo que a sus tías Elena y Cristina, que, al nacer Felipe, fueron relegadas en la sucesión al trono.

El artículo 57 de nuestra Constitución hace prevalecer al varón sobre la mujer en el relevo monárquico. Una antigualla que no se atreven a cambiar, pues habría que hacerlo mediante referéndum y no vaya a ser que se quiera tocar la conveniencia de la propia institución. Los reyes son alérgicos a los referéndums porque, para ellos, el ejercicio de la soberanía viene de un derecho hereditario. El pueblo mejor que no opine, les podría pasar lo de Constantino de Grecia.

Asistimos a un espectáculo permanente que se desarrolla sobre un escenario demodé, ayuda poco a la causa feminista y es aplaudido por revistas del corazón. Mujeres que se llaman reinas sin ejercer. Si fueran hombres serían sólo consortes o príncipes consortes porque el término de rey confundiría sobre sus funciones al asociarse a la prelación masculina para el cargo. Fue también deprimente ver a todas las esposas de jefes de gobierno, muy pocos hombres, floreros de la cumbre de la OTAN, dándose un recorrido por la capital y alrededores de la mano de Letizia. No se atrevieron a llevarlas a una corrida de toros, un síntoma más de la acelerada decadencia de esta fiesta tan típica de España (entrada del 29/6).

Aunque no creo que vaya a ocurrir, me divierte imaginar alguna tensión descontrolada que podría sacudir la rancia previsión constitucional. La modernidad trae la igualdad de derechos entre géneros y el reconocimiento de las diferentes orientaciones de género. Supongamos que la infanta Sofía, que el año próximo cumple 16 años, quisiera acogerse a la legislación en trámite (Ley Trans) y cambiar de sexo. Nadie podría impedírselo y pasaría a ser el heredero del trono por delante de Leonor, su hermana mayor. Salvo que ésta decidiera también cambiar de sexo, el incentivo para hacerlo es enorme.

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