España tiene raíces culturales que muchos consideran parte de su identidad y cuesta adaptar al mundo de hoy. En la entrada anterior me refería a las dificultades que el substrato católico produce a veces para entender lo que pasa en la economía, especialmente en el espacio financiero. El mismo día en que la publiqué, el Congreso aprobó la Ley de Protección Animal que recoge, en línea con lo que hacen países avanzados, exigencias demandadas por la sensibilidad mayoritaria hacia los animales, seres vivos con inteligencia y sentimientos.

La realidad obliga con frecuencia a enfrentarnos a contradicciones, lo que parece superado se resiste como muestra con ironía el dibujo de El Roto que reproduzco al principio. La aprobación de la ley para proteger animales vino inmediatamente precedida de una sentencia del Supremo que obliga a incluir la tauromaquia entre las actividades que los jóvenes mayores de 18 años pueden disfrutar con el bono cultural de 400 euros, que puso en marcha el Gobierno hace casi un año y que la excluía. Recuerda el tribunal, ante el recurso presentado por la Fundación Toro de Lidia, que sigue en vigor la ley 18/2013, la cual establece que la tauromaquia es “patrimonio histórico y cultural de todos los españoles”.

En nuestro país la desigual lidia entre un hombre, jaleado por el público, y un animal al que se tortura de varias formas hasta matarlo es algo que, al parecer, hay que defender. Se trata de una realidad histórica con mucha tradición (no en toda España) que tiene una estética y un ritual valiosos, inspiradores de numerosas obras de arte, pero que choca con la actual relación entre humanos y animales. Lo de patrimonio histórico sería suficiente para permitir que se siguiera practicando, lo de cultura común es inexacto, incluso referida al pasado.

Visto desde una esquina atlántica donde la tauromaquia no es parte de la identidad cultural el asunto es poco comprensible. Aquí somos más feministas, el toreo es cosa de machos, la vaca preside la tradición productora de carne y leche que sostiene nuestro medio rural, Galicia ya es la novena región productora de leche de Europa. En el campo tenemos una cultura diferente, como Castelao plasmó en el dibujo que recojo al final.

Tampoco entendemos que el Estado considere el flamenco como parte de esa identidad cultural de España, versión centro-sur, que se nos impone de muchas maneras, asunto que he tocado en otras ocasiones. Se ha vuelto a poner en relieve con la selección de la canción que representará a nuestra televisión pública en el próximo festival de Eurovisión. Se eligió una canción con aires flamencos que, entre las loas recibidas, estaba la de que cada vez se valora más la música con raíces. Exceso de raíces encontró el año pasado el jurado de TVE a la propuesta de Tanxugueiras, que arrasó en la votación popular. La rechazaron porque las raíces en el mundo celta de una canción en gallego no conectan con la identidad española oficial, cada vez más irreal.

La única ciudad gallega donde aún se celebra una semana taurina, Pontevedra, acaba de recibir una cornada de la tradición caciquil que también conecta con nuestras raíces. El mismo Tribunal Supremo que considera la tauromaquia bien cultural la obliga a seguir medio siglo padeciendo la papelera que impide su desarrollo urbanístico y contamina el aire y la vista de la zona más turística de Galicia, donde, además, promueve la extensión del eucalipto hacia el sur. La fábrica está en el peor sitio posible, pero es el principal cliente del puerto de Marín y el presidente de esta institución, muy amigo de Mariano Rajoy, consiguió que cuando éste era Jefe de Gobierno en funciones, a punto de irse, prorrogara la concesión pública del terreno 60 años más. Era el que mandaba, al Supremo le vale.

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